Primero están los libros que nos leyeron nuestros padres, después los primeros que leímos por nosotros mismos. Lecturas iniciáticas que nos han acompañado toda la vida, lecturas que nos marcaron en su momento. Algunas causaron una impresión tan honda que aún no nos hemos recuperado, porque uno no está preparado para el sufrimiento, la muerte o las pesadillas a ciertas edades.
¿Qué cara se te quedó con la muerte de la madre de Bambi? ¿Cuánto lloraste por ella? La historia es de Felix Salten, Bambi, una vida en el bosque, se convirtió en un fenómeno que traspasa fronteras y generaciones gracias a la adaptación de Disney. La factoría ha adaptado multitud de cuentos y obras literarias y en alguna ocasión ha optado por dulcificar las historias. Lo saben los fans de La Sirenita, que se lanzaron sobre el libro de Hans Christian Andersen y…¡ay! Nadie estaba preparado para enterarse de que (atención, spoiler) en la versión original la Sirenita acaba convertida en espuma de mar. No hay final feliz. El Dumbo de Helen Aberson nos robó algunas lágrimas causadas por una pena sincera y Roald Dahl nos descubrió un mundo inquietante y desconocido en James y el melocotón gigante. La maldad existe y nadie nos lo había explicado.
La historia de Barba Azul, escrita por Charles Perrault, provocó miradas desconfiadas a los padres que llevaban barba y muchas preguntas sobre qué había en el sótano de casa. Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, es un clásico… Como clásicas fueron las noches escondiendo la cabeza bajo el edredón por miedo. Práctica que seguimos realizando conforme cumplimos algunos años y en el colegio nos animaron a leer ediciones juveniles de Drácula, de Bram Stoker, o El gato negro, de Edgar Allan Poe. La serie Pesadillas, de RL Stine, o Pesadilla en Elm Street tampoco contribuyeron a mejorar la calidad de nuestras horas de sueño.