17 de febrero de 2019 Por María Angulo Egea
Segunda parte de un análisis del mapa actual de escritoras en España que reúne diferentes miradas sobre el concepto de generación, una idea que para muchos editores y críticos es básicamente una estrategia de marketing en tiempos del feminismo como gran tendencia social y cultural.
La expansión de los feminismos en la sociedad occidental actual viene propiciando cambios en los marcos de referencia por convicción, por necesidad, por oportunismo, por ventas, por reacción… con respecto a etapas pretéritas. ¿Y qué es lo que ha alterado la esfera pública de la literatura? Parece, y en esto también hay cierto consenso entre las personas entrevistadas para esta producción publicada en dos partes, que el “feminismo viral” (Antonio J. Rodríguez), el “empoderamiento intelectual conseguido por el feminismo” (Anna Caballé), “la fuerza del movimiento feminista” (Isabelle Touton), el “estallido feminista” (Elvira Navarro), el “movimiento popular feminista” (Marina L. Ruidoms), “el auge del feminismo” (María Cabrera), los “movimientos de emancipación feministas” (Constantino Bértolo) están modificando las reglas del juego.
Elisabeth Duval lo resume: “existe una cierta réplica literaria al terremoto del feminismo como movimiento social; que ambas cosas, en definitiva, se entrelazan y se influyen —como es con frecuencia el caso entre lo social y lo literario—, y que quizás en un tiempo no se pueda comprender a la una sin la otra. A mi parecer, y sin lugar las dudas, quien comienza ahora a marcar las pautas es esa generación, tanto en el movimiento feminista como en la literatura, de mujeres —tocándole a las nacidas en los 80 y 90 por relevo generacional. Autoras ha habido siempre, pero precisamente la presencia de un movimiento feminista fuerte y la aparición de ciertos temas en el debate público ha provocado un boom en cuanto a quién puede publicar, qué apuestas que antes eran supuestamente arriesgadas ahora son absolutamente asumidas: la autora deja de ocupar una esfera del Otro en lo literario a ser casi glorificada, sea por vender más o bien llanamente por ser el reflejo más claro del zeitgeist, del espíritu de su tiempo.”
Cristina Morales discrepa y añade que le parece autocomplaciente el decir que el feminismo avanza y que esta mayor visibilidad de las mujeres se debe a ello. En concreto, señala que su última novela, Lectura fácil (Anagrama, 2018), que ha recibido el premio Herralde de novela 2018, fue censurada por otra editorial y que gracias a que pudo recuperar los derechos, logró presentarla al premio y publicar. Morales considera que no hay una explosión real o cambios de conciencia tan significativos, que lo que hay es una moda. El feminismo está de moda. “No nos tiene que dar miedo hablar de moda. Si el asunto es la cantidad… un boom de mujeres publicando… la valoración es capitalista y acumulativa. Ya pasará, no va a ser entonces de calado si es una moda. Se trata de un mercado, el mercado editorial. Se trata de vender. Hay más mujeres como puede haber más medias o más champús”. Carmen G. de la Cueva comparte esta idea mercantil: “También hay (y esto no se puede negar) un interés enorme por parte del mercado porque el clima es propicio para descubrir y reivindicar voces de autoras. Hay muchísimas lectoras jóvenes que solo leen a mujeres. Sería una ingenuidad pensar que el mercado editorial no va a la caza de esa nueva voz, feminista o no, que tiene algo que decir”.
La escritora María Yuste manifiestas sus temores: “Actualmente hay en el mundo un movimiento feminista maravilloso que realmente está logrando cambiar muchas cosas y que ha logrado que se ponga el foco en la mujer. Sin embargo, a la misma vez, el mainstream ha sabido encontrar la forma de reapropiárselo y rentabilizarlo. Con esto, lo que quiero decir es que, igual que llegará un momento en el que considerarán que vender camisetas con la palabra “feminista” estampada ya no es rentable, me pregunto si al mundo editorial y a los medios también volverá a darles igual lo que tengamos que decir (o escribir en este caso) cuando el mainstream considere que el feminismo ya no es tendencia”. En la misma línea Mercedes Cebrián se pregunta por lo que puede ocurrir si en algún momento ese tema y perspectiva feminista pasan de moda “ya que el mercado es quien dicta las normas, y si se produce un descenso en las ventas, quizá opten por cambiar de estrategia. Ojalá no sea así. Veremos.” Shaina Joy Machluss abunda en la mercantilización del feminismo en los últimos tres años: “Cuando comencé a publicar contenido queer y feminista en España y Catalunya hace unos 5 años (soy originaria de los Estados Unidos), me encontré con mucha resistencia. En contraste, el año pasado, cuando me contactaron para escribir La Palabra Más Sexy es Sí (Vergara, Penguin Random House, 2019), me animaron a dar mi discurso completo, incluida la escritura en género neutro”. El feminismo se ha convertido en parte de la cultura pop gracias a la producción de “contenido” feminista llevada a cabo por empresas como H&M, Gillette y Dior, insiste, pero “¿Todas estas compañías (incluidas las editoriales) seguirán brindando apoyo al feminismo incluso después de que ya no esté de moda?”. Y aún ahonda más en cuanto a la expansión reciente del feminismo: “Creo que es importante tener en cuenta que la mayoría de las mujeres que publican en España son blancas, cis y heterosexuales. No creo que la gran mayoría de las mujeres que publican actualmente representen la experiencia diversa de las mujeres en España (o en el mundo), de ninguna manera”. Laura Fernández escribe en El País sobre la renovación de las editoriales este 2019, de cómo rejuvenecen su estética y contenidos para “cazar al lector millennial”.
Del reconocimiento al gueto
El 2018 ha sido un año de excepción para las mujeres en cuanto a la adjudicación de premios nacionales. El Premio Cervantes fue para Ida Vitale; el Premio nacional de poesía ha recaído en Antònia Vicens; el de poesía joven en Berta García Faet; el de literatura en Almudena Grandes; el de las letras en la poeta Francisca Aguirre (y el año previo había sido galardonada Rosa Montero); el de literatura dramática en Yolanda García Serrato; el nacional de teatro ha sido para la actriz Julieta Serrano; el nacional del Cómic en Ana Penyas; y el nacional de ensayo para la filóloga María Xesús Lama por su libro sobre Rosalía de Castro. Los “Premios machos”, como calificaba a los premios nacionales Cristina Fallarás en 2015 por la escasez de mujeres representadas, quieren vestirse con ropajes nuevos y parece que finalmente aprecian la calidad de las propuestas realizadas por mujeres de toda índole. También el Premio Pepe Carvalho de novela negra ha recaído en esta última edición en Claudia Piñeiro. Y hace unos días Elvira Sastre ha ganado el Premio Biblioteca Breve con su primera novela.
Por otro lado, no debería ser novedoso que las mujeres ganen premios, debería ser normal, ni siquiera reseñable, lo novedoso debería ser la persona y la propuesta ganadora. Ahora bien, cuando se habla de mujeres que “hacen cosas”, por ejemplo, ganar premios, escribir o publicar, se comenta como algo extraordinario. Lo noticioso es que sea una mujer o mujeres quienes realizan lo que sea, no el valor, sentido o la calidad de aquello que se haya llevado adelante. Por no hablar de la eterna condición de pioneras, que agota. Así lo explica la escritora Aloma Rodríguez: “Lo que sucedía antes –y sigue pasando un poco– es que una mujer que hace algo (escribir novelas, poemas, canciones o dirigir películas) se gana el foco con más rapidez que sus compañeros hombres. Pero costaba que su trabajo se tomara en serio, como si esa atención no fuera en realidad hacia su trabajo sino hacia ellas, me gustaría pensar que eso ha cambiado”. La escritora Danele Sarriugarte ironiza con la imagen de las mujeres en el espacio público: “son como pitufos: llamativas, exóticas y dignas de mentar”, robándole el comentario a la periodista y activista feminista Irantzu Varela.
Si a esta circunstancia le añadimos un criterio edadista: “las jóvenes”, entonces se duplican las posibilidades de tener cierta visibilidad, aunque sea pasajera. Noemí López Trujillocomenta al respecto: “Si a menudo nos infravaloran por ser mujeres, a eso hay que sumar la edad. No nos toman en serio para según qué cosas, y eso a muchas escritoras, periodistas, poetas les ha dado igual: han seguido publicando y produciendo independientemente de si había nicho o no, de si había mayor interés comercial.” En poesía, por ejemplo, la edad de darse a conocer y de valorar una obra es anterior a la que se suele aplicar en otros géneros. A Anna Pacheco le preocupa que se les ponga la etiqueta de “literatura millennial”. “Me da tanto miedo como la etiqueta “grupo de chicas” o “cine femenino”. Eso no es ningún género. No debería servir para catalogarnos. Creo, además, que se usa “millennial” para hablar de literatura de mujeres, normalmente. No se está haciendo lo mismo con los hombres.” Y convertirse en “joven talento” o en “artista emergente” puede ser estupendo, en un principio, pero también arruinarte la carrera si no atienden tu obra posteriormente.
Como señala Isabelle Touton parece claro que hay voces potentes en esta generación joven y “que la crítica y los medios de comunicación las toman quizá más en cuenta que en las generaciones anteriores. Pero hay que tener cuidado: en cada época se visibilizan a las jóvenes promesas y nuevas voces de mujeres y se las invisibiliza después.” Las mujeres jóvenes en diversidad de ámbitos culturales han gozado casi siempre de cierta atención mediática el problema es mantener ese interés. Eso es así para hombres y para mujeres pero parece que en el caso femenino aún es un camino más pedregoso, según se recoge de las entrevistas publicadas en Intrusas. Para la escritora María Cabrerano es una sorpresa que haya muchas mujeres publicando en la actualidad: “quedarnos anclados en hacer de algo común; que es que haya mujeres escribiendo, algo extraordinario, no ayuda”.
Es en parte este trato de excepcionalidad el que sumado a la idea de “cosas que hacen las mujeres” lo que encapsula, neutraliza y resta valor a las propuestas literarias de cada una de las personas que se sienten normalmente agrupadas bajo un prisma que suele ser su condición de género y no su aportación literaria. “Llevamos ya un tiempo hablando de las escritoras, las diseñadoras, las cineastas y las artistas en general en base a su condición de mujeres y no en función de sus referentes, estilos y formas de enfrentarse al ejercicio de la creación. Creo que esta preocupación mediática por el género está llevando a una despreocupación por el objeto artístico y su contenido que nos habla de una sociedad bastante politizada pero que aún no domina las estrategias que conducen esa politización hacia mejoras efectivas de, en este caso, la consideración de las mujeres como creadoras” señala la escritora María Bastarós.
Durante mucho tiempo el paraguas ha sido la “literatura femenina” o “literatura de mujeres”, distinguiéndola de la otra -como decía en el libro de Isabel Touton Lucía Baskarán-, “la literatura a secas”, “la universal”, la escrita por hombres. Luisa Castro habla de cómo esta categoría “femenina” “nos encierra en un gueto, y nos impide ser visibles, nos prejuzga”. La obsesión por quitarles singularidad y meterlas en un gueto es una forma de discriminación, que aboca a la marginalidad una vez más. ¿Por qué esta necesidad de encajar dentro de una generación a las mujeres? El que las escritoras sean etiquetadas de este modo y desvalorizado así “lo femenino” es un asunto que analizó en detalle Laura Freixas en su libro La novela femenil y sus lectrices (Universidad de Córdoba, 2009). Y es esta circunstancia la que obliga a muchas a huir de esos parámetros y posicionarse “contra el gueto” como hacen Mercedes Cebrián y Sara Mesa en el libro de Touton. Y con el encuadre feminista de estos últimos tiempos viene en parte sucediendo algo parecido lo que de nuevo obliga a las escritoras a desmarcarse o cuando menos a quejarse, como hace Sabina Urraca: “¿Acaso no sería lo verdaderamente feminista invitar a mujeres a hablar de lo que saben, de lo que crean, y no únicamente a participar de la Gran Queja Feminista (ojo: una queja necesaria, pero no más efectiva por su repetición, y, sobre todo, peligrosamente eclipsante del resto de temas de los que una creadora podría hablar)? ¿En qué momento mi ÚNICO interés como escritora pasó a ser el hecho de que soy mujer?” (en Tribus ocultas de La Sexta).
Generación, genealogía, “sobre los hombros de otra”
“Existe una generación y me atrevo a afirmar que surge de la necesidad de convertir lo femenino en universal. Renegamos del mecanismo patriarcal, es una generación que trata de desacostumbrarnos a ver a la mujer como sujeto pasivo y evitar que se nos trate como una masa homogénea. La literatura te permite introducir todo lo que está al margen y, desde luego, a las mujeres siempre nos han ubicado en los márgenes o se nos ha considerado de importancia secundaria, que nos den visibilidad es otra cosa. Lo que es importante para mí, en este marco literario, es crear personajes femeninos que tejan sus propias circunstancias, no un personaje que reaccione y complemente al hombre, esa no es la realidad ni mi identidad”, explica con rotundidad la escritora Rosa Moncayo.
Sin embargo, han emergido bastantes reticencias ante la existencia de una nueva generación literaria; al menos, de sostener la idea mecanicista de generación de la historiografía literaria española tradicional, “tal y como la entendieron en el siglo XX (la del 98, la del 27, la del Boom…)”, señala el escritor y editor de MasMédula Ediciones, Iván Répila. E insiste, “creo que el mismo concepto de generación se ha quedado antiguo, y se invoca más por una necesidad por parte de la prensa cultural de “etiquetar” y “encapsular” a un grupo de autores y autoras que por su existencia efectiva”. Álvaro Llorca, de Libros del KO, muestra también su desacuerdo con el concepto de generación, “o al menos su concepción más común e idealizada. Tiende a usarse para agrupar a un puñado de personas que se convierten en mediadores entre las corrientes históricas y la sociedad, como si los vientos de la historia cristalizaran en una serie de elegidos. En el momento en que nombramos una generación, dejamos fuera injustamente a un montón de personas que no necesariamente publican en las editoriales y en los medios convencionales. Entiendo que pueda ser excitante desde el punto de vista periodístico, pero significa meter cosas demasiado grandes en una caja demasiado pequeña.”
Pero también han surgido bastantes reparos ante la propuesta de “La generación” en el sentido de que haya un movimiento, un deseo o una voluntad más o menos explícita de agrupación de escritoras jóvenes bajo algún nombre o propósito, con unos fines reivindicativos estéticos y éticos concretos y compartidos. La escritora Anna María Iglesiaconsidera complicado, además de problemático, el uso del concepto de generación, “que muchas veces termina siendo un cajón de sastre” pero sobre todo no le convencen los criterios de edad y sexo para determinar una posible generación: “¿el hecho de haber nacido en una misma década determina una posible homogeneización en temas y estilos literarios? ¿Ser mujeres o ser hombres determina una obra? No lo creo y, precisamente por esto, me cuesta hablar de una generación de escritoras nacidas entre los 80 y los 90 y menos todavía con una perspectiva temporal tan escasa y con autoras -no todas, algunas- que tienen tras de sí un escaso número de obras. Dicho esto, ¿es posible encontrar puntos en común entre una serie de autoras nacidas a lo largo de la misma década? Sin duda. No se circunscriben en un solo género, es cierto; están influidas por distintas escrituras, desde el periodismo a la no ficción y la poesía, es cierto; comparten una reflexión sobre el género, es cierto… Pero ¿todo ello sirve para conformar una generación? Si estas son las características que determinan la supuesta generación, bien podríamos incluir a autoras como Sara Mesa o Marta Sanz, a quien, de hecho, una autora como Cristina Morales reconoce como referentes. ¿La edad es, por tanto, el elemento discriminatorio? Si así es, el elemento que se tiene en consideración ya no es literario, sino meramente biográfico. Pero ¿no es ya hora de superar ese biografismo y ese historicismo que tanto ha impregnado el estudio literario español?”.
Sin embargo, pese a esta desconfianza hacia la idea de generación, no es menos cierto que una mayoría de las personas entrevistadas dan crédito a cierto “clima cultural” o “espíritu de los tiempos” que desemboca en una nómina nueva y amplia de escritores que responden a algunos imperativos de época. “Nos encontramos en un momento de superación histórica de una serie de desigualdades vergonzantes. Es normal que la gente joven, siempre más abierta a los cambios y con menos lastres mentales, los detecte y los aplique antes que nadie. Que haya más escritoras jóvenes publicando ahora es una estupendísima noticia que responde a múltiples razones: a luchas antiguas, a luchas modernas, al relevo generacional, a la democratización en el acceso a ciertos bienes culturales… e incluso a una lógica comercial”, comenta Llorca.
La escritora María Yuste señala que “al fin y al cabo, una generación no deja de ser un grupo de personas coetáneas que las ha moldeado un contexto en común y comparten una serie de vivencias y referentes que les hace concebir el mundo de una forma parecida. Ahora bien, además de tener una base sociológica real, la palabra “generación” también le es muy útil al marketing como cualquier otra etiqueta que ayude a clasificar la realidad.” El escritor Ernesto Castro puntualiza: “las generaciones literarias no están compuestas por todos los escritores que han nacido en una misma década, sino por todos los que escriben con una poética o ideología que tiene algo de espíritu de época.”
La académica Anna Caballé entiende y comparte algunos recelos que se vuelcan por “el mecanicismo en que nos formamos en cuanto a las generaciones”, pero a pesar de ello, subraya que se trata de “un concepto fundamental para comprender los procesos históricos”. Caballé habla de una explosión que ha cristalizado gracias “al empoderamiento intelectual conseguido por el feminismo. Si pensamos que una generación se define por el hecho de que un grupo de personas cohabitan un tiempo en común, en el cual comparten un ethos, un aisthetikós y se sienten próximos en una serie de facetas y comportamientos, en mi opinión hay un grupo de escritoras jóvenes (nacidas en su mayoría entre los 80 y los 90) que comparten un ethos común (son mujeres, son jóvenes, sufren la precariedad laboral hasta extremos indecentes y se saben pertenecientes a una mitad de la humanidad que se ha visto sistemáticamente dominada). Ese ethos que comparten de Raquel Córcoles a Cristina Morales, pasando por Elena Medel (por dar unos nombres) les da una personalidad extraordinaria”.
Dentro de este “espíritu de los tiempos” la mayoría entiende como determinante la dimensión de género, Lucía Baskarán sintetiza bien dos cuestiones cruciales: por un lado, trae a colación una observación que escuchó al filósofo Fernando Broncano, algo así como que “los sujetos que están produciendo literatura interesante son las mujeres y que esto tiene que ver con la corporización, llevada después a la escritura, de las opresiones sistémicas que nos atraviesan”; y por otro lado, el rechazo que muestra hacia la influencia de cierto exhibicionismo literario masculino resumido por el editor Marcel Ventura en una suerte de escritura o discurso sostenido sobre “los puros y las putas”.
En cuanto a la “corporeización de la escritura”, Almudena Sánchez también reivindica “una generación de mujeres con una prosa potentísima que están escribiendo sobre cuestiones que tienen que ver con la intimidad sensorial, con el placer sexual, con los dolores y extrañezas que sentimos las mujeres al encontrarnos con un cuerpo complejo, del que mucho tiempo no se ha hablado y casi nunca hemos sido educadas por miedo, por desconocimiento, por vergüenza. Nuestro cuerpo es muy animal”. Sin embargo, para la existencia de “una poética del cuerpo y de los sentimientos radical, anatómica” como un rasgo caracterizador de cierta narrativa, tenemos que remontarnos tiempo atrás y hablar de una tradición, y de una confluencia de generaciones. Ahí están los textos de Lara Moreno, Cristina Grande, Gabriela Wiener, Marta Sanz, Blanca Riestra, Elvira Navarro, Cristina Fallarás o Najat El Hachmi. Por esto, entre otros motivos, la mayoría de las personas entrevistadas encuentran dificultad a la hora de aceptar la idea de una generación determinada por unas fechas de nacimiento. Y, lo que más inquieta, como apunta Aixa de la Cruz, es: “¿a quién nos estamos dejando fuera?” Este es el motivo por el que algunas se sienten más cómodas hablando de “genealogía”.
Una de las principales defensoras de la idea de genealogía frente a la de generación es la escritora Carmen G. de la Cueva que, como mucho, ve un relevo generacional que está recayendo principalmente en autoras: “¿De qué sirve presentar a esta “generación” con 4, 5, 6 voces dejando de lado al resto de voces de la misma generación? ¿Son acaso “las otras” menos importantes, menos buenas? Se repite el modelo histórico de contar la escritura de las mujeres con excepciones, dejando a un lado cómo se conforma el panorama. Habría que hablar de otras voces que han dado pie a que estas tengan espacio, pienso en Marta Sanz, por ejemplo, en Elvira Lindo. También habría que hablar de la unión que existe entre las autoras de nuestra generación (yo también me incluyo).”
Son muchas las que nada más consultarles aluden a una herencia de conocimiento, de temáticas, posturas, a una filiación intertextual compartida de ideas más que a la trascendencia de sujetos concretos. Lo primero es ese reconocimiento hacia autoras que ejercieron una confrontación, formal o de fondo, algunas que nacieron apenas años antes de 1980 y que pudieron nacer en España o no, pero que escriben en español. Edurne Portela se pregunta: “¿Una escritora nacida en los 80 tiene la misma visión que otra nacida en los 90 y diferente a una nacida a finales de los 70? Pongamos un ejemplo concreto, Lara Moreno es de 1978: ¿tiene que ver más con Aroa Moreno Durán (1981) o con María Fernanda Ampuero (1976) y Sara Mesa (1976)? Yo creo que las cuatro escritoras tienen aspectos comunes (una mirada oblicua, una forma de afrontar temas poco transitados, una narrativa nada artificiosa y sí bastante descarnada), pero Aroa pertenecería a una generación diferente a la de Lara, María Fernanda o Sara, según una división por fechas de nacimiento”.
A la editora Elena Ramírez no el gusta apuntar a una cuestión generacional “no me interesa definirlas por su edad, sino por su talento, variedad de temas en los que están interesadas y su versatilidad para cambiar de registro”. Victor Minué de la editorial Candaya comenta que “sería injusto no tener en cuenta a escritoras mayores que en distintos frentes de la escritura han ayudado a hacer posible lo que vemos hoy. Por casualidad o por capricho podría nombrar a tres argentinas ahora: Beatriz Sarlo, Leila Guerriero y María Moreno“.
La escritora Ainhoa Rebolledo no considera en absoluto que haya una “generación” de jóvenes escritoras; ahora bien, sostiene que “tal vez exista un colectivo, de distintas edades, que marque las pautas de la literatura”. Almudena Sánchez considera que ya era hora de que las editoriales publicaran a escritoras jóvenes y piensa que no es que se trate de un boom “en el sentido de que ahora gustemos más que antes. Existe un catálogo anterior de escritoras imprescindibles y maravillosas como Joy Williams, Joan Didion, Jean Rhys, Rosario Ferré, Clarice Lispector, Virginia Woolf, Djuna Barnes, Ana Blandiana, Fleur Jaeggy, por citar a algunas. Lo que pienso es que hemos demostrado con los años que nuestra prosa es igual de buena, feroz, inteligente y verdadera que la de un hombre escritor”.
Noemí López Trujillo comenta que “siempre las ha habido -mujeres que al escribir marcan su propia agenda- y que la diferencia ahora radica quizá en que nos hemos cansado de esperar a ser leídas y reconocidas. Lo hacemos entre nosotras porque con eso es suficiente. Creo que muchas escritoras nacidas en los 80 y 90 están recogiendo los frutos sembrados por mujeres décadas atrás. Recogiendo esos frutos significa recoger ese legado y continuarlo a través de la escritura.”
Luna Miguel no sabe si debe llamarse generación, ola o “simple movimiento” pero sí ve que algo está cambiando a todos los niveles: temático, sentimental, estilístico. “Veo una voluntad común entre muchas escritoras, no sólo españolas sino de muchas partes del mundo, de alzar sus voces con sus literaturas personales, pero siempre con el esfuerzo de recordar a las de antes. Creo que es su (nuestra) responsabilidad”. Una amplia mayoría pone la mirada más allá de las fronteras y señalan la influencia de escritoras extranjeras, en especial de latinoamericanas como Selva Almada, Samantha Schweblin, Mariana Enríquez, María Fernánda Ampuero, Valeria Luiselli, Katya Adaui, o Mónica Ojeda, entre otras.
En resumen, concluye Carmen G. De la Cueva: “Sea como sea, nos toca dejar de nombrar a unas pocas y escribir la historia de la literatura en plural. Porque una siempre escribe sobre los hombros de otra y así hasta el infinito”.