LUIS ALEMANY 5 FEB. 2019
Estamos en 2019 y la literatura de denuncia socioeconómico ya no tiene el aspecto de una obra de teatro mala. Ahora, al contrario, tiene la forma de reportajes históricos de prosa casi minimalista y de conclusiones abiertas. El orden del día, la novela de Éric Vuillard que ganó el Premio Goncourt de 2017, se coló en 35.000 hogares españoles con una historia sobre las empresas que se plegaron al ascenso del Partido Nazi en los años 30. Con el impulso de ese éxito, Tusquets publica ahora su libro anterior, 14 de julio,una crónica de la toma de la Bastilla narrada a través de sus verdaderos protagonistas.
Pregunta. Hay un libro reciente en España, El populacho de París, de Luc Sante (Libros del KO), sobre la historia y la expulsión de los pobres de París. Su 14 de julio también tiene que ver con eso, ¿verdad?
Respuesta. ‘La Comedia humana’ es por encima de todo París; Julien Sorel es ejecutado en París y ‘Los miserables’ es la novela de París; ‘Las flores del mal’ son los poemas de un transeúnte de París y los ‘Rougon-Macquart’ de Zola son, a la postre, París. Es siempre París la ciudad que siempre se ha tratado de conquistar o quemar. Porque la Revolución Francesa fue ante todo parisina, y el destino político del mundo moderno se dirimió en esa ciudad. Cabe decir, pues, que la literatura moderna y la democracia moderna nacieron en esa ciudad, y convirtieron París en una suerte de personaje de novela y de ciudad insurgente. Hoy en día no queda gran cosa de aquello, y ciertamente la mayoría de los pobres han sido expulsados del centro, pero ¿quién sabe?, quizá algún día, desde el extrarradio, el París popular vuelva a convertirse en un tema político de primer orden.
P. Hay otro libro del año pasado, ‘Los últimos libertinos’, de Benedetta Craveri, que ennoblecía a las élites del Antiguo Régimen, su libertad moral, su sofisticación…
R. Esas élites habían impulsado el arte de seducir a su más alto grado de refinamiento, eso es cierto, pero en ningún momento debe olvidarse cómo se vino abajo aquel mundo. Cuando Luis XVI huyó a Varennes, a escondidas, fue disfrazado de criado. La grandeza de un sistema se mide en el momento de su caída. El placer de vivir que evoca Craveri termina en una posada de provincias, tras un lamentable intento de huida, sin más perspectiva que el exilio y la traición.
P. ¿Por qué es importante que sus personajes aparezcan con su nombre y apellido si se conoce?
R. [El historiador] Jules Michelet contó la toma de la Bastilla desde el punto de vista de quienes no se hallaban allí. No estaban allí y, en realidad, tampoco deseaban que cayera la Bastilla. Incluso hicieron lo posible por impedirlo. Por ello quise referirme a gente sencilla, apoyarme en el relato personal de su participación en la rebelión del 14 de julio. Había que evitar toda visión desde lo alto, no escribir un 14 de julio como visto desde el cielo. Me atuve a los relatos menospreciados, soslayados, quise fundirme con la multitud. Y teniendo en cuenta que fue una mayoría anónima la que salió victoriosa aquel día, había que indagar asimismo en los archivos, los de la policía, donde se halla la memoria de la gente humilde. La Historia nos ha dejado un número y una lista: el número es de 98 muertos entre los asaltantes. La lista oficial de vencedores de la Bastilla tiene 954 nombres. Me ha parecido que la literatura debía volver a dar vida a la acción, devolver el acontecimiento a la multitud y a aquellos hombres sin rostro.
P. Creo que en el libro no hay entrecomillados ni diálogos.
R. Mis libros relatan hechos. Hechos que se produjeron, y en unos tiempos en que las desigualdades se ahondaron peligrosamente; quiero saber lo que ocurre de verdad; como lector, deseo hechos asentados, historias verídicas, no diálogos de teatro. Además, ¿cómo iba a inventar diálogos para los protagonistas reales de la Historia? Resultaría curioso inventar falsas réplicas para hombres que existieron. Además, creo que es posible encarnar a los personajes, hacerlos vivir, sin echar mano de los artificios más trasnochados de la literatura. Pongamos, por ejemplo, ‘Ana no’, de Agustín Gómez Arcos: en esta obra no hay muchos diálogos, que yo recuerde, y es un libro que me ha enseñado muchas cosas sobre el ambiente durante el franquismo y me ha emocionado en lo más hondo.
P. Entiendo que el 14 de julio es algo que ocurrió sin que nadie comprendiera de verdad el sentido de aquellos hechos, a dónde llevaban, que todo ocurrió improvisadamente.
R. Los que se arrojaron al asalto de la Bastilla en 1789 sabían exactamente lo que hacían. Tomaron el poder. Para ello se apoderan de los fusiles y de la pólvora. Eso tendrá por cierto consecuencias inmediatas, como la noche del 4 de agosto. Las élites también lo entendieron: votaron de inmediato la abolición de los privilegios.¡No era una concesión cualquiera! La importancia del acontecimiento no se le escapó a nadie. La prensa inglesa lo publicó en titulares;.Jefferson, que se hallaba aquel día en París, lo comentó con admiración en su correspondencia. El 14 de julio fue una sublevación sin instigadores, pero en ella se desplegó una inteligencia colectiva, una lógica. Es sin lugar a dudas lo que impresionó a los filósofos alemanes y que Hegel denominó más adelante, con cierto énfasis, la razón en la Historia.
P. Los asaltantes ganaron el 14 de julio pero perdieron la Historia. Francia volvió a ser un país de orden y privilegios. Pero las algaradas son frecuentes, como si el 14 de julio nunca acabase y llegara hasta los chalecos amarillos, no sé si deformado.
R. Es verdad, la Historia no ha concluido. Es incluso una de las singularidades de este libro. Por lo general, un escritor o un historiador escriben la Historia como un conjunto de acontecimientos concluidos, clausurados. Puede haber ciertas ramificaciones que llevan hasta el futuro, pero el episodio tiene más o menos un desenlace. En cambio, yo he he escrito 14 de julio sin saber cómo terminará la larga historia de la emancipación de la humanidad. Y lo que sucede en este momento en Francia, como hasta hace poco el auge de los Indignados en España, forma parte del mismo movimiento. Había, pues, que narrar una historia en la que estamos todos implicados y cuyo final no conocemos. Vivimos en una época en que el pueblo se busca a sí mismo, se busca en algunas plazas de cuando en cuando. Quizá no resulte inútil narrar un episodio fundacional en el que el pueblo apareció bruscamente, y por vez primera, en el escenario del mundo.