Por Sebastián Pérez Rouliez
Sebastián Pérez vio Soul y escribió este texto para articular un par de ideas en torno a las nociones de éxito, talento, pasión y modelos de vida a partir de la última película del estudio de animación Pixar-Disney.
Si tuviera que resumir Soul en una frase, diría que es una película cuyo asunto principal es la confusa relación entre talento, pasión y propósitos de vida. Seguro que hay más cuestiones, pero de esta triada y un par de cosas más me interesa hablar en esta columna. Antes de seguir sí, debo advertir que, aunque intentaré reducirlos al mínimo, habrán spoilers que podrían molestar a quienes no han visto la película.
Pues bien, hay un momento de la película que es fundamental para entender de qué va Soul. Esa escena es la que reune a “22”, personaje que se describe como un “concepto teórico en una estación hipotética entre la vida y la muerte”, y Connie, una adolescente interesada en la música. Inicialmente “22” se aburre de ver a Connie tocar el trombón, pero pronto nota algo que le llama la atención: el modo en que Connie transmite la pasión que siente al hacer música. La escena ejemplifica con claridad una de las principales consignas de la película, a saber, que no hay que ser el mejor en algo para que ese algo resulte apasionante. Más de alguien dirá que eso es obvio o incluso que eso suena a fraseología de autoayuda, sin embargo, creo que hay algo interesante de pensar que intentaré elaborar en lo que viene.
El modelo de vida que tenemos actualmente se centra en la competitividad y la hiperespecialización profesional. Se espera que desarrollemos a lo largo de la vida habilidades específicas para un trabajo que será realizado hasta que las capacidades biológico-cognitivas disminuyan (a causa de la vejez o alguna enfermedad). Pronto hay que definir un propósito de vida y pronto hay que volverse el mejor en ello. En ese sentido, sin duda que la figura del experto es hoy un problema por pensar. Por ejemplo, creo que uno de los efectos de la revuelta social fue horadar la legitimidad del experto y mostrar que su saber ha servido para la consolidación de una forma de vida que, paradójicamente, no contempla el bienestar social de la sociedad ni su participación en las decisiones. Sin embargo, habría que diferenciar un par de cosas. El problema no es tanto la figura del experto como la expectativa de construir una sociedad de especialistas, pensada por especialistas y administrada por especialistas, pues allí es que se omiten las mayorías.
Por otra parte está el asunto de la pasión. Existe una suerte certeza instalada respecto a que si eres bueno en algo, eso te apasionará. Pero no siempre han de coincidir los intereses personales con el talento y la pasión. Y eso no es intrínsecamente malo. Uno podría perfectamente desarrollar una jornada laboral sin la exigencia de que eso sea apasionante. Lo que no debería suceder es que no haya tiempo para desarrollar nuestras pasiones más allá de los compromisos laborales.
Y este es un asunto crítico hoy: cada vez tenemos menos tiempo libre y cada vez hay menos espacio para desarrollar pasatiemos o intereses completamente improductivos. Diversos investigadores del mundo de las humanidades han reparado en esto: el tiempo libre está siendo progresivamente capturado por una industria especializada (“industria creativa” le llaman) que recorta simbólicamente los límites de nuestros intereses definiendo a priori qué es y cómo se ha de vivir, por ejemplo, un hobby.
Suena a conspiración, pero en el fondo hoy entregamos voluntaria y gratuitamente nuestro tiempo improductivo a una industria del ocio cuyo fin no es solo entretener sino también hacer vivibles vidas dedicadas a la reiteración incesante de un trabajo maquínico que pronto pierde el sentido (tal como Chaplin apretando tuercas en Tiempos Modernos).
Por eso el ocio es un concepto hoy sancionado. Un ocioso es alguien que no rinde, por tanto ha de ser corregido o apartado de la producción. Pero otium (latinismo de donde viene la palabra ocio), define básicamente nuestro tiempo libre no productivo para hacer lo que satisfaga a cada quien. Por el contrario, la negación del tiempo del ocio es en latín nec otium, dos palabras que traducidas al español se emparentan con negocio o tiempo productivo.
Opuesta a la figura del experto sometido a lo que Byung-Chul Han llamaría “sociedad del rendimiento” está la figura del diletante. Un diletante es una especie de aficionado a diversos saberes que en realidad sabe poco de todo en vez de mucho de solo una cosa. Al director de cine, Jim Jarmusch le fascina esta figura pues considera que se trata de una actitud fundamental para, precisamente, trabajar. Para él “un director que solo sabe de cine es un pésimo director”. Un director debería saber de varias cosas y no solo ser un experto en cine.
Hacer algo por puro gusto, sin esperar ser el mejor es la virtud del diletante. Joe en cambio, es un experto, un especialista en música, ejemplo de una pasión recortada. Por eso luego de lograr ir a ese gig que tanto tiempo buscó para hacer que su carrera despegara, perdió el interés cuando se dio cuenta de que aquello que le apasionaba, tenía que repetirse una y otra vez, noche tras noche. Joe tiene la «suerte» de poder ver su vida en retrospectiva y entender que hace un buen rato su vida estaba volviéndose solitaria, monótona y reiterativa. ¿Qué lo mantenía en pie entonces? Cierta ilusión de éxito individual.
A ratos se piensa que los artistas no viven subyugados a los mismos parámetros de éxito, competividad y demostración de resultados que otras disciplinas. Por eso es bello que la historia de Soul sea la de un artista y no la de un corredor de bolsa o un empresario infeliz. Joe tiene, como la gran mayoría, una expectativa de la vida y del trabajo normada por la competitividad moderno-capitalista. Su carrera profesional es, literalmente, una carrera contra la muerte intentando llegar a una meta. Joe corre solo y cuando siente que llegó, lo que queda es vacío.
Lo que Soul hace entonces, -muy probablemente sin buscarlo-, es poner en duda al menos tres certezas. La primera, que solo se siente pasión por una cosa en la vida. La segunda, que esas cosas que se vuelven una pasión, requieren talento o expertiz. Y tercero, que es determinante tener un propósito claro de vida para ser feliz. En este sentido, habría que aclarar que el asunto no se resuelve abrazando la diletancia, prometiendo hacer cambios personales o rindiéndose ante la filosofía new age. Hacer carpe diem y pretender vivir el aquí y ahora también es obligarse a definir un propósito de vida.
El punto es que la crisis de Joe es, en buena medida, la crisis de un modelo de vida basado en el rendimiento individual. Por tanto la solución pasa por modificar el modelo, es decir, implica la participación de la sociedad. Lo que se hace evidente en Soul, es que la construcción de las pasiones, propósitos y trayectos profesionales nunca son fruto del puro esfuerzo individual. Siempre hay un entramado social que posibilita el ascenso, la mejora, el disfrute. Nunca ni una pasión ni una profesión se construye solas.
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Imagen: Soul, Pixar-Disney.
Fuente: https://revistahiedra.cl/opinion/soul-apuntes-para-leer-entre-lineas/