Por Luis Alberto Hara
En semanas recientes, algunos países se han visto obligados a retomar medidas de aislamiento social ante el incremento de contagios de covid-19, una medida que muy probablemente se agudizará debido a la llegada del invierno en el hemisferio norte. En este contexto, resulta interesante preguntarse sobre el sentido que puede hallarse en los procesos que vivimos durante una pandemia.
Una de las cosas más obvias es que el tiempo llama a de alguna manera retirarnos y volvernos más conscientes de nuestro sistema inmune, de nuestro consumo de energía y de ciertos modelos de conservación. También a aprender a estar en soledad y meditar sobre lo que hacemos. Todo ello a la par de esta pandemia, y en muchas formas también está relacionada la gran crisis climática que cada vez se vuelve más seria, una crisis que tiene en gran medida como causa el impulso de consumo y crecimiento desmedido de nuestra civilización.
Mucho se habla de la importancia del activismo para crear un movimiento que presione a los líderes y que permita producir cambios políticos que alteren radicalmente cosas como la política energética, por poner sólo un ejemplo. Y aunque esto sin duda es importante, el activismo actualmente debe ir complementado necesariamente de un ascetismo en dos sentidos: primero porque la claridad de la acción debe surgir de la reflexión y la calma, de la sanidad mental; segundo, porque el mundo actualmente no permite una actitud de crecimiento y expansión material y, para responder a esto, las personas deben desarrollar un crecimiento interno y una capacidad de recogimiento.
Parece un lugar común decirlo, pero es evidente que la crisis climática del planeta está ligada a una crisis espiritual. El problema ecológico tiene que ver con la forma en la que concebimos la naturaleza y nuestra relación con el entorno animal, vegetal y mineral. El ascetismo también es necesario ahí: para purificar la visión, para reencantarla, para desde el silencio y la paz poder apreciar las conexiones profundas que existen entre todas las cosas vivas. El ascetismo no es necesariamente un retirarse del mundo o una negación de la actividad y de la vida, pero sí es una renuncia a ciertas cosas, que pueden ser materiales o conceptuales: renunciar a la desigualdad, renunciar al egoísmo, renunciar a ciertos hábitos que nos producen apego, miedo, separación, etcétera.
El ascetismo ha sido asociado con muchas prácticas a lo largo de la historia, desde la mortificación hasta la meditación. La palabra akésis significa fundamentalmente “ejercicio”. Suele ser un ejercicio orientado a un bien superior a lo meramente mundano; a veces, por supuesto, a encontrar la salvación o la liberación, pero en ocasiones solamente a encontrar una auténtica felicidad. El ascetismo es un entrenamiento de la mente y del cuerpo, una educación de la atención y del deseo.
Una de las cosas que en todas partes escuchamos es que el ejercicio es vital. El ejercicio físico es hoy en día algo que cualquiera recomienda sin titubear, pocas otras cosas gozan de tal aceptación universal. Uno de los aspectos positivos de la modernidad es un incremento de la conciencia del cuerpo.
Desde el idealismo platónico hasta el racionalismo cartesiano, la civilización occidental priorizó la mente o el alma y la separó del cuerpo. Hoy, tanto en la ciencia como en la filosofía reconocemos que la existencia es una existencia encarnada, que la mente se extiende por el cuerpo y que quizá incluso se extiende al mundo y a la sociedad y es fundamentalmente relación. El mundo es una experiencia basada en el cuerpo.
Pero esta importancia del cuerpo se exacerba y se vuelve presa de la mentalidad capitalista utilitaria. El culto al cuerpo o a la imagen corporal, al sexo y al deporte, se vuelve excesivo y degenera en hedonismo y en frivolidad. El fitness, la gran actividad de la modernidad, implica adecuarse y estar adaptado al mundo, no en tanto a la naturaleza, sino en tanto a la construcción de la sociedad, para optimizarnos y alcanzar objetivos como el estatus. El motivo es importante: es más importante para nosotros tener una imagen deseable que estar realmente sanos. Es más importante conocer algo que nos pueda dar beneficios personales que conocer la verdad o la realidad. Nos moldeamos siguiendo el ejemplo de modelos que encontramos en el mundo, pero estos modelos han dejado de ser los grandes genios, artistas y santos, y se han convertido en celebridades y atletas cuya mayor virtud es el éxito mismo. Construimos el cuerpo como entidad de poder y no como una realidad porosa y resonante, adaptada al ritmo de la naturaleza. Preferimos los músculos a la flexibilidad. Queremos lo que es útil, lo que es nuevo, lo que puede ser “disruptivo”, en lugar de lo que puede propiciar la continuidad de la vida.
Es evidente que el ejercicio es fundamental en todos los aspectos de la vida. Nadie disputaría que es bueno salir a correr, incluso levantar pesas ocasionalmente. Pero hay una concepción más alta y noble del ejercicio, que incluye a la mente, al cuerpo y al espíritu, y hoy en día podríamos decir que un ejercicio así podría considerarse incluso un acto político. Más allá del yoga moderno, que ha sido cooptado por el capitalismo, resta la posibilidad de las prácticas ascéticas.
El filósofo Pierre Hadot, en su importante trabajo de investigación sobre las raíces de la tradición filosófica occidental, observó que la esencia de la filosofía tenía que ver con el ascetismo. No sólo en India se practica ascetismo (tapas), no sólo entre monjes ermitaños en Occidente. El ascetismo es esencial porque nos regresa a un modo contemplativo de existencia en lugar de un modo basado en la participación en la masa, en la acción orquestada de la masa que avanza hacia la destrucción de todo lo que toca, movida por las fuerzas hipnóticas del mercado y su propaganda. Nos obliga a separarnos de todo lo que es prescindible y realmente no muy importante. El ascetismo es la auténtica higiene económica.
Uno de los sinónimos que usa para el ascetismo es “practicar austeridades”. La austeridad es algo que se práctica y no sólo con los aspectos materiales, sino también con la mente. Una austeridad de deseos y de apegos.
Otro modelo básico del ascetismo tiene que ver con el cultivo de la energía. En la India los ascetas eran conocidos por su cultivo del fuego interior (tapas) a través de ciertas prácticas que permitían al mismo tiempo enfocar la atención, purificar la mente y entrenar al cuerpo (si bien es cierto que muchas de estas prácticas radicales hoy nos parecerían poco conducentes a la salud, especialmente desde una concepción holística que con buenas razones incluye al cuerpo en la ecuación).
El ejemplo del Buda es relevante en este caso. En su camino a la iluminación, el Buda abandonó el ascetismo extremo y este fue el punto decisivo que lo llevó al despertar. Arribó así a lo que se conoce como un “camino medio”. Lo que resulta importante de su ejemplo es que, por una parte, reconoció la importancia de tener un cuerpo sano y energético, pero por otro lado, debemos notar que sus seis años practicando ascetismo fueron también esenciales, permitiéndole desarrollar concentración y disciplina que finalmente logró transformar en sabiduría.
De cualquier manera, hoy en día toda persona que quiera recorrer un sendero auténticamente espiritual debe de alguna manera practicar algo de ascetismo. Incluso el mismo Nietzsche, que tanto criticó el ascetismo en su vida cotidiana, vivió por largas temporadas como un asceta gracias a la disciplina que se forjó, caminando entre las montañas, siguiendo dietas estrictas, aislado de los hombres pero conectado con la tierra. E incluso la escuela de pensamiento que más se ha rebelado ante ciertos modos de ascetismo, el tantrismo hindú y budista, con sus críticas radicales a la moralidad brahmánica, no obstante su afirmación total de la existencia, requiere de importantes entrenamientos ascéticos.
El sí total, el amor fati, la visión de la realidad como completamente pura y divina, pasan primero por retirarse, por purificarse, por encontrar la energía que permite sostener esta visión y esta misión. Es necesario, como el Zaratustra de Nietzsche, irse a la cueva o a la montaña; como Cristo, irse al desierto; como el Buda, irse al bosque a practicar y luego regresar, si se quiere, a la ciudad. Renunciar a lo temporal y asumir todo tipo de adversidades con alegría para decirle sí a la eternidad, como quería Kierkegaard. No existe realmente otro camino más que este proceso de tensión entre la separación y la unión, entre el retiro y la conexión: salirse del mundo para poder habitarlo plenamente.
Fuente: Pijama Surf