Fuera de sí mismas recoge 11 textos de otras tantas pensadoras de Colombia, España, Argentina, México y Estados Unidos, acompañado cada uno de un comentario de otra de las participantes. Es un libro feminista que no necesita decirlo una y otra vez. El título y el subtítulo (Motivos para dislocarse) se justifican en diversos momentos de una obra que, sin tener un eje común, comparte la perspectiva y la voluntad de pensar fuera “de los patrones que nos condicionan”, de “romper el patrón incluso. Salirse del lugar que se ocupa”, asumiendo la afirmación hegeliana según la cual la filosofía es el propio presente aprehendido en el pensamiento. Un presente conflictivo en el que el pensamiento dominante, del que ellas se esfuerzan en salirse, trata de ocultar el conflicto al tiempo que sugiere que el todo es inalterable.
Laura Quintana, tomando pie en Jacques Rancière, sintetiza: en las “fronteras fijadas, que constituyen el teatro de escenificación de los medios de información consensuales, son pocos los rostros que aparecen, las voces a las que se les permite hablar (…), informar en el ‘sistema dominante’ quiere decir ‘poner en forma, eliminar toda la singularidad de las imágenes, todo lo que en ellas excede la simple redundancia del contenido significable’ (…), se trata entonces de producir otros lugares de aparición e inteligibilidad”, introducir el conflicto.
María del Rosario Acosta parte de La muerte y la doncella, de Ariel Dorfman. Una mujer que fue torturada durante la dictadura pinochetista tiene sólo una evidencia: la voz de su torturador. Acosta señala la diferencia entre el horror, que paraliza, y el terror, que provoca el deseo de escapar. Pero está también la voluntad de reconocer al otro y reconocerse en el otro. Ella se ha quedado sin voz, ni siquiera la reparación de las víctimas se la da porque la comisión creada se ocupa de los desaparecidos y ella está ahí. Sin remedio, sin voz, hasta que consigue que su torturador hable.
La réplica de Rosaura Martínez Ruiz se centra en la capacidad taumatúrgica de la voz y enlaza con su propia intervención, resaltando el papel del reconocimiento de la versión propia como verdad, del propio dolor como verdadero. En su ensayo, centrado en el psicoanálisis, revisa la capacidad del lenguaje en el proceso, en la narración repetida, no siempre idéntica, lo que lleva a Emma Ingala Gómez, en el comentario que sigue al texto, a recuperar la idea del otro: “El otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social”. También sitúa la alteridad como condición “para imaginar un futuro: sin alianzas con otra(o)(s), el futuro no existe”.
La figura del otro flota en varios textos. Para Ingala Gómez, ese otro se hace presente en el carácter relacional del ser humano, partiendo de Gilles Deleuze y Judith Butler, asume que “el yo está constituido y sustituido simultáneamente por su relación con la alteridad”, como ya viera Marx: “La esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Llama la atención la calificación de la novela Robinson Crusoe como “tediosa”.
En El deseo de lo femenino, Cadahia analiza, por cuenta propia pero mirando a Hegel, la figura de Antígona: “Me gustaría detenerme en aquella voz masculina que hizo entrar a Antígona en la escena de la filosofía”, escribe. Hay dos tipos de leyes, la humana (lo masculino, el Estado, la luz, la razón práctica) y la divina (lo femenino, lo opaco, lo subterráneo, la eticidad moral). Llega así a cómo “la filosofía descubre una voz femenina que altera el lugar de enunciación sobre lo público y exige su acceso a ese derecho”.
Ese dualismo masculino/femenino también aparece en el etnocentrismo occidental, sostiene Amanda Núñez García. Todo pensamiento tiene “afueras”. Los conquistadores se plantearon si los indios eran humanos, paso previo a tranquilizar la conciencia y explotarlos. Hoy se reconoce el alma del colonizado y se mantiene la explotación. Conviene, por tanto, asumir que cada encuentro “necesita un comenzar a preguntar acerca del punto de vista, acerca de quién se es en cada relación” iniciando una “auténtica investigación y negociación acerca del otro”.
El comentario de Ana Carrasco-Conde sugiere si no sería más fructífero pensar el conflicto “no tanto en términos de mundos ontológicamente distintos, sino entre lógicas distintas”, lo que posibilitaría la comunicación. Un discurso que retoma en su texto, centrado en la idea del mal, su significado, su origen. El mal, una categoría difícil de pensar, porque “¿cómo pensar en otro orden desde un orden que condiciona ya nuestro modo de pensar?”. Quizás lo necesario para entender el mal sea otro tipo de razón. El mal no es lo mismo que la maldad. Esta implica el orden existente y la voluntad de “ejercer un daño irreparable”. El mal por el mal. Un mal cuyo origen, retoma la autora a Kant, es la libertad.
Replica Macarena Marey que el mal es entendible desde la perspectiva kantiana, como “injusticia estructural, política”. En un mundo injusto, el restablecimiento de la justicia exige la acción sobre el orden insoportable”; la rebelión pasa a convertirse en deber moral. Este mundo injusto reduce la vida “a paquetes de tiempo”, el tiempo del trabajo, según Nuria Sánchez Madrid. Ana María Brigante, al comentarlo, apunta que es una crítica a las formas de vida del neoliberalismo.
La sociedad actual como organización política, hija del contrato social, es el objeto de análisis del artículo de Marey que cierra el libro. Nuevamente es Kant el punto de arranque, para encontrar un “agente colectivo”. Vale la pena, sin embargo, tener presente que “no se pueden esperar resultados justos de procedimientos y escenarios estructuralmente injustos”, porque “las desigualdades no se disuelven con el mito de la inclusión individual en sistemas excluyentes, sino con la transformación radical de los sistemas de dominación.”
Fuente: El País