Infobae Cultura entrevistó a cinco traductores que llevan la narrativa en español a sus propias lenguas. El alemán Peter Kultzen, la francesa Isabelle Gugnon, la estadounidense Megan McDowell y las británicas Iona Macintyre y Fiona Mackintosh, hablaron sobre los desafíos y entresijos de esta tarea que también es un arte y que, progresivamente, conquista mayor visibilidad
Por Gabriela Mayer 17 de abril de 2020
The adventures of China Iron de Gabriela Cabezón Cámara. Crève, mon amour de Ariana Harwicz. Sittenlehre de Martín Kohan. Fever Dream de Samanta Schweblin. Les théories sauvages de Pola Oloixarac. Die Donnerstagwitwen de Claudia Piñeiro. Things We Lost in the Fire de Mariana Enríquez. Estos son apenas algunos de tantísimos libros argentinos a los que pueden acceder lectores no hispanoparlantes gracias a la figura insoslayable del traductor o traductora literaria.
Infobae Cultura entrevistó a cinco traductores literarios que llevan la narrativa latinoamericana y española a sus propias lenguas. El alemán Peter Kultzen, la francesa Isabelle Gugnon, la estadounidense Megan McDowell y las británicas Iona Macintyre y Fiona Mackintosh, quienes revelan desafíos y entresijos de este oficio que también es un arte y progresivamente conquista mayor visibilidad.
Junto a Cabezón Cámara, las académicas Macintyre y Mackintosh inscribieron recientemente sus nombres en la shortlist del prestigioso International Booker Prize 2020 por su traducción de Las aventuras de la China Iron. “Es una lucha permanente lograr que el ámbito académico reconozca el valor creativo de la traducción literaria y el prestigio de la International Booker shortlist es algo que tiene un fuerte impacto en este sentido”, se alegra Mackintosh. “Y pensar que más lectores van a conocer a la China me hace feliz”, complementa Macintyre desde una Edimburgo en plena cuarentena por la pandemia de coronavirus.
Más allá de los avances en la visibilización de este oficio, la vida de un traductor suele ser precaria, explica McDowell luego de integrar tres veces la longlist de este premio que reconoce la mejor ficción traducida al inglés, con sus versiones de Distancia de rescate, Pájaros en la boca y este año Kentukis de Schweblin. “No tenemos la estabilidad relativa de un editor que recibe un sueldo, ni el respeto que despierta un autor, y muchas veces tenemos que pelear para que nos paguen”, afirma la traductora que reside en Santiago de Chile. Y señala que la situación “varía mucho según el país; creo que en algunos países europeos tratan mejor a sus traductores”.
Gugnon –quien volcó al francés a los argentinos Schweblin, Harwicz, Oloixarac, Eduardo Sacheri, Federico Jeanmaire y Rodrigo Fresán, y también al español Antonio Muñoz Molina, entre otros- compara la labor del traductor con “la imagen de una persona que entra en una casa que no le pertenece y que tiene que entender poco a poco”. Asimismo cree que en este oficio se debe “servir con fidelidad” al texto, aunque a veces, en pos del estilo, “hay que cometer infidelidades”.
Y Kultzen opina desde Berlín que traducir “más que nada es un placer. También tiene mucho de oficio/rutina en el buen sentido de la palabra. Lo que más me ayuda traduciendo es que el texto tenga ‘ritmo’. Y, cuanto mejor escrito, ¡tanto más fácil de traducir! Por otro lado, no hace mal que en la traducción también haya algo de arte, por supuesto”.
Azares y lecturas diversas confluyeron para que cada uno de estos traductores eligiera la profesión. “Parece que fue como una cosa vocacional, de afinidades, simpatías, preferencias tempranas que hoy en día no me explico yo mismo demasiado bien… Tampoco me arrepiento, claro está”, reflexiona Kultzen, quien trasladó al alemán a autores como Piñeiro, Kohan, Jeanmaire, María Gainza y Sara Gallardo, así como al chileno Roberto Bolaño y al peruano César Vallejo.
Gugnon, por su parte, explica desde una París en confinamiento por la pandemia: “Curiosamente, siempre estuve atraída por España y América Latina. Estudié filología española en la universidad, luego viajé a América Latina. Casada con un chileno, iba muy a menudo a Argentina”.
McDowell inicialmente leyó a autores latinoamericanos en traducción, luego estudió español y se fue a vivir a Chile. “Creo que normalmente pasa al revés, cuando alguien bilingüe con intereses literarios se da cuenta de que se puede dedicar a esto”, apunta la traductora que llevó al inglés a Enríquez, a los chilenos Alejandro Zambra, Lina Meruane y Diego Zúñiga y al costarricense Carlos Fonseca, entre otros.
Por su parte, Macintyre revela que la traducción la sedujo durante un concurso para pasar al inglés el poema Tío vivo – teorías de Federico García Lorca. En el caso de Mackintosh, Rayuela de Julio Cortázar fue determinante para que abrazara “en forma definitiva la literatura argentina”.
Pero, ¿cómo definir el acto de traducir? ¿Cuáles fueron sus traducciones más difíciles? ¿Necesitan comunicarse con los autores? Por un rato, los cinco traductores suspenden los viajes de palabras de un idioma a otro y responden estas y otras preguntas.
– ¿La traducción literaria carece actualmente del reconocimiento suficiente en su país?
Gugnon: En Francia me parece que la traducción literaria es reconocida. De hecho nuestro estatus social es el de autores. Ahora es cierto que nuestro trabajo se hace en la sombra, pero cada vez más los periodistas citan nuestros nombres, así que no me puedo quejar.
Kultzen: La verdad es que por lo menos aquí los traductores ya no podemos quejarnos demasiado de falta de reconocimiento; este tema en los últimos años ha ido mejorando bastante. Habrá colegas míos que no estarán de acuerdo con lo que digo aquí. Siempre podrían mejorar, sin embargo, los honorarios, eso sí.
Macintyre: Bueno, no. Hoy en día hay una tendencia muy interesante que en realidad da cuenta de lo contrario. Hay un hashtag #NameTheTranslator (nombrar al traductor) en las redes, los traductores participan en los eventos en los festivales literarios, existen premios que reconocen la calidad de la traducción y demás. La editorial Charco Press trata este tema con esmero y no solo nombra al traductor, sino que también le dan lugar al corrector de estilo, al corrector de pruebas, al tipógrafo y al diseñador gráfico. Helen Vassallo, una investigadora en la Universidad de Exeter, tiene un proyecto titulado “Translating Women” que también ha elevado el perfil de escritoras y traductoras en el Reino Unido.
Mackintosh: Ahora hay bastantes editoriales que publican literatura en traducción: Charco Press, Nordisk Books, Tilted Axis Press, Comma Press, Peirene Press, Serpent’s Tail, Pushkin Press, Shearsman Books, Bitter Lemon Press y muchas otras. Creo que la idea tradicional de que se pierde algo al leer ficción traducida por fin empieza a ceder el paso a la idea que en realidad uno, como lector, gana a través del acceso más amplio a otras culturas.
McDowell: En el mundo angloparlante hemos visto acciones que apuntan a visibilizar a los traductores, como el Booker y varios otros premios. Ahora ya casi nunca ves libros que no lleven el nombre del traductor, aunque rara vez aparece en la tapa. Tenemos el “Mes de Mujeres en Traducción” (Women in Translation Month) desde 2014. Hoy en día muchos contratos de traducción incluyen derechos de autor. ¡Las cosas están mejorando! Pero igual la vida de un traductor suele ser precaria. No tenemos la estabilidad relativa de un editor que recibe un sueldo, ni el respeto que despierta un autor, y muchas veces tenemos que pelear para que nos paguen. Mi impresión es que varía mucho según el país; creo que en algunos países europeos tratan mejor a sus traductores. Creo que en el mundo hispanoparlante no se piensa mucho en el rol del traductor y no hay demasiados programas para formar traductores específicamente literarios. En Chile, al menos, no lo hay.
– ¿Cómo definiría el acto de la traducción? El traductor Gregory Rabassa afirmó alguna vez que la traducción literaria “es un arte y no un oficio”. ¿Está de acuerdo?
Gugnon: Yo lo considero más modestamente como un trabajo artesanal, una palabra que contiene la palabra “arte”, pero al servicio de un texto escrito por otro. Comparo muy frecuentemente el trabajo del traductor con la imagen de una persona que entra en una casa que no le pertenece y que tiene que entender poco a poco.
Kultzen: Más que nada es un placer. También tiene mucho de oficio/rutina en el buen sentido de la palabra. Lo que más me ayuda traduciendo es que el texto tenga “ritmo”. Y, cuanto mejor escrito, ¡tanto más fácil de traducir! Por otro lado, no hace mal que en la traducción también haya algo de arte, por supuesto.
Macintyre: Es una enseñanza hermosa. Fiona y yo hablamos mucho de eso. Nos pareció que estábamos recibiendo una educación muy completa, de idiomas – incluyendo el propio, el inglés – y también nuestra como seres humanos, de conceptos, de flora y de fauna…
Mackintosh: Para mí, el deseo de traducir algo siempre viene de golpe, como una chispa, un roce entre lenguas, un punto fuerte de conexión con un texto que luego casi te obliga a que te pongas a traducir. Es como si algo no te dejara en paz hasta que no empezás a intentarlo. El acto de la traducción es dejarse llevar por una obsesión.
McDowell: La traducción muchas veces sirve como metáfora de otras cosas y hay muchas metáforas para hablar de la traducción (un puente, un viaje, la interpretación de una obra de teatro o una partitura…). Creo que esto señala la naturaleza ambigua de la traducción. Sí, estoy de acuerdo con Rabassa en que es un arte, pero también es un oficio. Es que un traductor literario es muchas cosas en una: escritor, editor, crítico, agente, porrista, psicólogo.
– ¿Qué obras le resultaron las más complicadas para traducir? ¿Y qué autores le atrajeron o “descubrió” gracias a su oficio?
Gugnon: Acabo de traducir la espléndida novela Cometierra, de Dolores Reyes, que tiene una oralidad muy poética, y me fue muy difícil devolver esta naturalidad en francés. Obviamente, traducir a Rodrigo Fresán no es fácil tampoco, por el montón de referencias que utiliza. Para la obra de Diego Vecchio La extinción de las especies estuve confrontada a otro tipo de dificultad, que es reproducir en francés un falso tono decimonónico muy clásico asociado a un humor mordaz. Y Matame amor de Ariana Harwicz tampoco fue una tarea fácil.
Kultzen: El mayor reto probablemente fue la traducción de Eisejuaz de Sara Gallardo; César Vallejo también fue muy exigente con sus crónicas europeas de los años 20 y 30; los autores argentinos y uruguayos en general por su altísimo nivel literario y lingüístico. En todo caso, he tenido la inmensa suerte de que casi todos los libros y autores que traduje hasta ahora fueron “descubrimientos” míos de los que pude convencer a diferentes editores. Parece que tengo una capacidad considerable de entusiasmarme y de entusiasmar a otros…
Macintyre: Digamos que, en términos de ser traductora literaria, soy una novata. Mis experiencias de traducción tienen que ver más que nada con la docencia universitaria y no tanto con el oficio.
Mackintosh: Esta es la primera novela que traduzco. Al igual que Iona, tengo más experiencia en el dictado de clases sobre traducción. Sin duda, en el proceso de búsqueda de textos que sirvan como material para estas clases, constantemente descubro autores. También los descubro gracias a mi tarea de correctora de pruebas para Charco Press. Es una de las formas más efectivas de mantenerme al tanto de lo nuevo, y de lo bueno, en literatura latinoamericana contemporánea.
McDowell: Quizás el libro más complejo fue Facsímil de Alejandro Zambra (Multiple Choice en inglés). Es un libro experimental y se podría decir que la traducción también lo fue. El texto toma la forma de un examen multiple choice y tiene muchos juegos de palabras, rimas, dobles sentidos, etcétera. Tomamos las pautas del original, la forma y los temas y usamos los recursos que tiene el inglés para recrear el libro. O sea, hay mucho del libro que no es “literal”, aunque yo argumentaría que no existe traducción literal alguna y este es un ejemplo extremo de lo que pasa siempre en la traducción literaria. He descubierto muchos escritores en mi trabajo como traductora. Me gusta pensar que voy creando mi propio canoncito de escritores contemporáneos latinoamericanos en inglés. Hay escritores que empecé traduciendo en el comienzo de mi carrera y tuve que buscar editorial, como Alejandro Zambra y Lina Meruane. Otros son proyectos que me han llegado ya con editorial en inglés, como Mariana Enríquez o Samanta Schweblin. Son libros, escritores y personas que me han cambiado la vida, y siento que he tenido mucha suerte de seguir trabajando con ellos.
– ¿Encuentra puntos en común entre autores argentinos y latinoamericanos que tradujo?
Gugnon: Entre algunos sí: sin tener de ninguna manera el mismo estilo, Harwicz, García Lao y Samanta Schweblin son identificadas con cierta literatura experimental. Fresán ocupa un lugar aparte, siendo un ovni literario que escribe metaficción. Feinmann, Dal Masetto, Sacheri y Guillermo Orsi casi podrían unificarse bajo la etiqueta de género negro. Pola Oloixarac es una persona aparte que escribe una literatura insolente y jocosa. En esto se podría comparar con Diego Vecchio, pero con estilos muy distintos. Dolores Reyes también ocupa un lugar específico con un estilo muy personal, pero que es para mí la continuación de una literatura seudopopular como la de Arlt. Con “seudopopular” quiero decir que, siendo muy oral, logra una espontaneidad espléndida después de un trabajo estilístico intenso.
Kultzen: Una enorme conciencia lingüística y del quehacer literario y sus peculiaridades; a menudo buen humor e ironía saludable; también muy loable, en mi opinión: que, sobre todo los autores argentinos, sigan escribiendo novelas no demasiado largas y que se “atrevan” a publicar novelas cortas ¡y tanto más intensas! Ahí, y no solamente ahí, muchos autores anglosajones sí que podrían aprender. Hay, por lo que he visto leyendo y traduciendo, una variedad mayor de estilos, temas, percepciones, modos de narrar, que no se limitan al mainstream tan trillado que tanto domina la literatura anglosajona (y cada vez más las demás literaturas, por cierto). Y esta variedad es justamente lo que más me gusta, por lo cual prefiero no mencionar autores ni títulos particulares.
Macintyre: ¡El dinamismo de la puntuación y de la sintaxis del castellano siempre es fuente de desconcierto para los británicos! Las oraciones largas nos incomodan mucho.
Mackintosh: Dado que soy profesora de literatura latinoamericana y también de literatura comparada, no puedo sino relacionar todo lo que traduzco con su contexto literario más amplio. Tengo la manía de ver conexiones intertextuales en todo lo que leo.
McDowell: La mayoría de mis escritores son parte, más o menos, de la misma generación, así que es de esperar que haya puntos de conexión. Pueden verse rastros de dictaduras en el trabajo de escritores como Alejandro Zambra, Mariana Enríquez, Diego Zúñiga y Lina Meruane, incluso con lo diferentes que son. Entre los chilenos hay una tendencia hacia la autoficción y entre las argentinas hay hilos de conciencia social y de elementos sobrenaturales. También me interesa resaltar la importancia de cuestiones de género. Me encanta que los cuentos de Mariana y Samanta tengan tantas protagonistas mujeres. Alejandro, creo, también está preocupado por temas de género y el actual rol masculino.
– ¿Establece un diálogo directo con el autor durante el proceso de traducción? ¿Llega a sentir alguna vez el texto como “propio”?
Gugnon: Sí. Siempre estoy en contacto con los autores para hacerles preguntas, a veces sugerir correcciones o pedirles aclaraciones, proponerles soluciones cuando hay que alejarse ligeramente del texto para servir el estilo. Además de los escritores argentinos, traduzco a Antonio Muñoz Molina y a Juan Gabriel Vázquez, quienes, igual que Ariana Harwicz, son escritores que hablan muy bien francés, así que tenemos intercambios permanentes. No me considero autora de los textos que traduzco, todo lo contrario: los tengo que servir con fidelidad, aunque a veces, para servir un estilo, hay que cometer infidelidades.
Kultzen: En algunos casos hay un contacto muy intenso, que puede llegar a convertirse en amistad, en otros menos, y también parece haber autores que no gustan demasiado de comunicarse con su traductor. Hay de todo y hay que respetarlo todo, me parece. En todo caso, en tiempos de e-mail hay una facilidad y velocidad de comunicación asombrosas. Resulta difícil imaginar cómo el intercambio entre autores y traductores funcionaría antes… Y en cuanto a la “propiedad” del texto: Sea como fuere, para mí siempre será del autor, no mío. Sí que hay personajes de los que uno termina enamorándose, como por ejemplo la deliciosa china argentina/argentina china Su Nuam de Tacos altos de Jeanmaire. Y Eisejuaz ya será para siempre uno de mis héroes celestiales.
Macintyre: A la hora de traducir Las aventuras de la China Iron, Fiona y yo no nos comunicamos mucho, demasiado, con Gabriela. Esa falta de comunicación fue en realidad un error que tiene que ver con la timidez profesional y el anglosajonismo. En un momento determinado, le mandamos una lista de dudas a través de Carolina Orloff, la directora y editora de Charco Press, y sus respuestas fueron muy alentadoras. También nos dejaron más tranquilas…
Mackintosh: La relación que suelo establecer con el texto es de lectura intensa, inmersión, una investigación casi detectivesca, y un autocuestionamiento obsesivo: ¿habré captado todo lo que esta frase quiere decir? Con el autor/la autora, parece variar según la personalidad y el texto. Con Esteban Peicovich nos encontramos un par de veces para leer juntos mis versiones de sus poemas verso por verso. Con Gabriela tuvimos muy poco contacto, ¡hasta el lanzamiento en el Festival de Literatura Internacional de Edimburgo, en agosto de 2019, con la novela ya impresa! A pesar de esto, o quizás precisamente a causa de esto, Iona y yo tenemos una sensación bastante fuerte del texto The Adventures of China Iron como propio, y tenemos una serie de bromas internas acerca de ciertas partes del texto.
McDowell: Siempre trato de tener contacto con mis escritores y tengo la suerte de que mis escritores son muy generosos con su tiempo. Me ayuda mucho poder hacerles preguntas específicas y generales sobre el texto. Quiero tener toda la información y comprensión al traducir que el escritor tenía al escribir. Si siento que el libro es mío…Sí y no, es una relación compleja. ¿Conoces ese sentimiento que tienes como lectora hacia un libro o escritor/a amado/a, que has leído muchas veces y puedes citar textualmente? Ese libro es como un amigo o familiar y forma parte de tu vida interior. Sientes una identificación con ese libro, ¿no? Así es como me siento con los libros que traduzco, multiplicado por diez o por cien. Al mismo tiempo, claro, el libro no es mío, no me hago vulnerable de la misma forma que el escritor. Soy como una cuidadora de mis libros, su defensora. Sufro por mis libros, me traen alegría, pero es diferente del sufrimiento y de la alegría del escritor. Es una combinación de la experiencia del escritor y del lector, quizás.