Óscar Jairo González Hernández – 1 Ago 2019
Ancira, que ha traducido a innumerables poetas y escritores griegos y rusos, dice que “Marina Tsvietáieva me hizo descubrir a la traductora que había en mí. Me deslumbra, me apasiona, me inquieta. La quiero. Siempre que comienzo a leer un nuevo texto de Tsvietáieva siento la necesidad imperiosa de traducirlo, de compartirlo, de que la gente que habla mi lengua la conozca”.
¿Cuándo y en qué momento (s), si hay uno (s), siente usted necesidad de hacerse y formarse como traductora, que desencadenó ese interés?
Fue la lectura de las Cartas del verano de 1926, en el ahora ya muy lejano 1980, la que despertó mi vocación. Sentí una necesidad muy grande de compartir aquel prodigio que tenía yo entre las manos. Como traductora me he formado traduciendo.
Walter Benjamín dice que: “la verdadera traducción es transparente, no cubre el original, no le hace sombra…” (La tarea del traductor): ¿Qué es para usted la traducción y por qué?
Para mí traducir es recrear. Escribir en una lengua distinta una misma historia, procurando que el lector de la traducción sienta lo mismo que siente el lector del original con la lectura del texto.
¿Trata y hasta dónde y cómo de preservar la gramática de los textos en sus traducciones y por qué, y que intervención hace o no el carácter intuitivo, de cocreación?
La gramática es imposible preservarla, sobre todo de los idiomas de los que yo traduzco. Lo que hago es utilizar los medios que me ofrece el español para recrear el texto. Por supuesto que la intuición desempeña un papel importante durante todo el proceso de traducción de un libro. Y al mismo tiempo se lleva a cabo un trabajo constante tanto de investigación como de selección de las palabras.
¿Usted se comunica y se relaciona con un escritor (a) vivo que esté traduciendo, cuando lo ha hecho y por qué, desde dónde lo aborda y que le revela a su traducción o no?
Yo he traducido por la general a autores muertos hace mucho tiempo. Sin embargo, hay algunas excepciones, como el caso del autor que he traducido recientemente, Theodor Kallifatides. El contacto con él fue constante durante todo el proceso de traducción. Fue enriquecedor y bello. Una experiencia única. Creo que ambos aprendimos mucho durante nuestras largas conversaciones a propósito de una palabra, un párrafo, un capítulo.
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¿Por qué es necesario para usted viajar y conocer los sitios donde viven y vivieron los escritores (ras) que traduce y eso que dimensiona su tarea de traductora? (Paisaje y lenguaje)
Para mí es necesario saber de qué estoy hablando. Conocer los lugares descritos en los libros que traduzco, con lo que todo eso conlleva, me da una sensación de libertad muy grande. Eso me permite seguir a mis autores sin pisarles los talones, y darle al texto el aire que necesita.
¿Qué la llevó y por qué a traducir a Marina Tsvietáieva (Mi madre y la música, Natalia Goncharova o Pushkin), qué sentía, qué sensaciones tenía al traducirla?
Tsvietáieva me hizo descubrir a la traductora que había en mí. Me deslumbra, me apasiona, me inquieta. La quiero. Siempre que comienzo a leer un nuevo texto de Tsvietáieva siento la necesidad imperiosa de traducirlo, de compartirlo, de que la gente que habla mi lengua la conozca. Tsvietáieva es una de mis más grandes pasiones.
¿Dónde y desde que necesidad u circunstancia se dio en usted el interés por traducir a Yannis Ritsos (Agamenón, Ajax, Ismene y Orestes); y cuál de los libros que ha traducido de él, le fascina más y por qué?
El primer libro que traduje de Ritsos fue el Sueño de un mediodía de verano, cuando aún estaba estudiando en Atenas. Tuve la fortuna de conocerlo y de trabajar en la traducción de ese poema con él. A partir de entonces siempre quise traducir los monólogos de “La cuarta dimensión”, que son diecisiete. En este momento ya hay nueve traducidos. Me gustan todos, cada uno a su manera. Cada uno es un mundo, pero todos dialogan entre sí. Es una serie fascinante.
¿Podría decirnos si cada libro que traduce, le requiere y reclama a usted de otra manera, la instala en otra relación y la inserta en otra técnica de traducir?
Por supuesto, cada libro es todo un universo. Como cada autor es también un universo distinto. La tarea del traductor es aprender a oír a sus autores con atención, saber qué le pide cada uno, qué requiere cada uno de él. El traductor tiene que tener un oído muy fino. Es una de las cualidades indispensables en este oficio.
¿Cómo estructura su método de traducción, tiene un método para cada escritor (ra) o este cambia y se transforma, que es lo mantiene entonces inalterado?
Cada escritor tiene sus propias exigencias. Y dentro de la obra de cada escritor, cada libro tiene sus propias exigencias. No hay un método único. Lo que sí es una constante, es la necesidad de escuchar lo que le pide al traductor cada una de las obras con las que se enfrenta. Saber oír. Eso es lo que se mantiene como una constante en el trabajo del traductor.
¿Por qué escritores griegos (Kazantkazis, Seferis) y rusos (Pushkin, Mandelstam, Lev Tolstoi), en la mayoría en sus traducciones, y no otros, qué le fascina de ellos y qué significa? (Seferis, Kazantzakis).
Son los autores con los que me siento en sintonía. Los que me son más afines. Y para mí es indispensable vibrar en la misma cuerda con los autores que traduzco. Eso es lo que ha definido la elección de los escritores que conforman mi biografía literaria.
¿Qué ocurre con el yo del traductor y el yo del escritor (a), que usted está traduciendo, como se poseen, coinciden, se contradicen y como se tensa o no esa relación, su carácter?
Como le comenté anteriormente para mí es indispensable sentir afinidad con el autor que traduzco. Sentir que lo que dice podría haberlo dicho yo, o que la forma cómo lo dice es como me habría gustado decirlo si fuera yo escritora. Eso es lo que define mi relación con los escritores que traduzco.
Yves Bonnefoy, habla de la “comunidad de traductores” (1989), y usted ha realizado traducciones con otros traductores: ¿Cómo lo hace, cómo se estructura una traducción con otros?
Yo he traducido a cuatro manos únicamente con Francisco Segovia, gran poeta mexicano. Hemos traducido poesía. Yo pongo la traducción literal, él la convierte en poesía. Una experiencia extraordinaria que, por otro lado, también tuvo Tsvietáieva cuando tradujo a García Lorca a cuatro manos.
¿Qué diferencias encuentra usted en el momento de traducir poesía y prosa, o ello le es indiferente, qué obstáculos o no se le presentan y cómo los resuelve?
Son dos cosas completamente distintas. No se rozan siquiera. Los obstáculos son, nuevamente, distintos cada vez. Y cada vez hay que encontrar una manera distinta de resolverlos.