El escocés presenta ‘El amor es ciego’, una historia llena de gags de la literatura del siglo XX y alusiones a Proust, Chejov y Joyce.
LUIS ALEMANY 2 mayo 2019
“He escrito mucho sobre el anhelo de comprender la belleza. Que si la distancia entre los ojos, que si la separación del labio y la nariz… Luego, todo eso da igual. Cyril Connolly, que era un gran admirador de la belleza de las mujeres, decía que una cara bonita vista en el metro te puede arruinar el día. Lo creo. Y creo que lo mismo pasa con la música. Busqué a un amigo compositor y analizamos juntos siete canciones con las que me emociono: piezas rock, de clásica, de bluegrass, de teatro musical… En todas pasa algo parecido: hay una melodía ascendente, uno intuye qué va a pasar pero, entonces, un acorde cambia de dirección. Y ahí está la emoción.Bueno, da igual: aunque ahora sé lo que pasa en esas canciones, lloro igual que antes”.
Todo lo que el novelista William Boyd ha aprendido sobre la música está plasmado en ‘My bonny boy’, una canción tradicional escocesa que en realidad no existe, pero que en la cabeza de Boyd incluye unos versos de Robert Louis Stevenson y se parece a una melodía de Alison Krauss. ‘My bonny boy’ es la clave de la trama de ‘El amor es ciego’ (Alfaguara), la nueva novela del autor. A lo largo de la historia, ‘My bonny boy’ tiene la misma función que la ‘Sonata de Vinteuil’ en Proust: es un ‘leitmotif’, una letanía que habla del amor y quizá de la traición cada pocas páginas.
“Proust aparece en la novela, aunque no está identificado”, explica Boyd.”También salen Chejov y Joyce. ¿Por qué hago estas cosas? No sé, me divierten”.
Los cameos de Joyce y de Chejov son fáciles de detectar. El de Proust es más enrevesado pero también es más gracioso, por tierno y ridículo (una pista para los futuros lectores: aparece tirado en el suelo). Y, aunque Boyd les quite importancia, dicen mucho de su novela.
Muy en resumen: ‘El amor es ciego’ narra la historia de Broodie, un afinador de pianos de Edimburgo, guapo, listo y pícaro, al que su empresa envía a París.Allí, su vida se cruza con la de John Killiborn, un virtuoso del piano y un borracho alcohólico que mancha sus dedos con pintura roja para que sus espectadores crean que sangra.Junto a Killborn está Lika, su novia, una soprano rusa, alta y encantadora. Lo que sigue es una historia de adulterio, amor y venganza.
En ‘El amor es ciego’ están, junto a Proust, Joyce y Chejov, todos los gags de la novela del siglo pasado.Hay un duelo, hay tuberculosis, hay amor romántico, hay viajes… La acción pasa por Trieste, la Costa Azul, San Petersburgo y por Viena y termina en la India, así que todo tiene el aspecto de un precioso pastiche de 1910.
Sin embargo,Boyd construye una historia muy moderna con ese material. El viaje de Broodie es el de un chico un poco arrogante y presuntuoso que, al cabo de 400 páginas, se ha convertido en un adulto generoso y amable. Para eso le han servido el amor, la decepción y también la enfermedad, la muy romántica tuberculosis que le hace vomitar sangre.
“La enfermedad es lo que de verdad cambia la vida de Broodie, la conciencia de que puede morir pronto. Si se fija, es el mismo viaje vital que hizo Robert Louis Stevenson, que también murió de tuberculosis“, explica Boyd, que califica al autor de ‘La isla del tesoro’ como el escritor más importante de la historia de su país, Escocia. “Bueno. Yo nací en África. A los ingleses, mi acento le suena muy levemente escocés; a los escoceses les sueno inglés”.
Sólo queda una pregunta: ¿tiene una idea Boyd de lo que significa escribir bien? (Boyd lo hace maravillosamente, por eso la pregunta) “Hay muchas maneras de escribir bien, pero todas tienen en común el talento para evitar el estereotipo. Estereotipos en el lenguaje, en la trama y en las emociones”.¿Y qué estereotipos son más difíciles de evitar? “Todo lo que tiene que ver con las emociones.Por eso cuesta escribir sobre el sexo”. O sobre la música.