por Javier Morales
Nos vemos un año después de que su novela, ‘Niebla en Tánger’, quedase finalista del Premio Planeta. Cristina López Barrio ha pasado ya la etapa más frenética de la promoción y el libro camina solo. ‘Niebla en Tánger’ narra la historia de Flora Gascón, una mujer de mediana edad, lectora voraz, que no pasa un buen momento vital, y que tiene una aventura en Madrid con un hombre enigmático. Después de pasar una noche juntos, su amante desaparece sin dejar rastro. La única pista es la novela que estaba leyendo, ‘Niebla en Tánger’. Realidad y ficción se mezclan a partir de ese momento. Flora viajará a Tánger en busca de sí misma y esta ciudad fronteriza acaba convirtiéndose en metáfora de la propia protagonista.
La cita con Cristina López Barrio es en el Taller de Escritura de Clara Obligado, en el centro de Madrid, donde la autora madrileña pulió su formación como escritora, que empezó pronto, con apenas 11 o 12 años. La etapa del taller, de 2000 a 2010, coincidió también con la de la escritura de la novela La casa de los amores imposibles, obra que alcanzó un éxito inesperado para la propia autora y que le permitió abandonar la abogacía para dedicarse de lleno a la literatura. Con Niebla en Tánger parece haber alcanzado ese sueño romántico que tenía de niña en torno a la escritura. “Pero compruebas que el sueño también tiene otra cara, que cuando se convierte en realidad deja de ser una utopía”, confiesa en esta entrevista.
Como tú misma explicas en el epílogo, ‘Niebla en Tánger’ surge en parte como una obsesión en torno al relato ‘Continuidad de los parques’, de Cortázar. Realidad, ficción. ¿Qué es la realidad y qué es la fantasía?, te preguntas. ¿Por qué esa obsesión?
Es un cuento que yo he leído mucho, desde la época de mi paso por el Taller de Clara Obligado. Nos plantea cuál es la frontera entre la realidad y la fantasía y eso me ha interesado mucho siempre. Hasta qué punto una creación puede tomar vida. En este sentido, también fue clave en la escritura la novela La decadencia de la mentira, de Wilde. Quería meter al lector dentro de la obra, hacerle partícipe de la historia y, de paso, rendir un homenaje a los libros que han sido importantes para mí. La literatura puede salvar vidas y una buena historia es capaz de ponernos en movimiento. Cuando empecé a escribir tenía un personaje claro, Flora, una lectora empedernida. Sabía también que un libro iba a cambiar el rumbo de su vida. La literatura se convierte en el desencadenante de todo, lo que hace que salga de una vida ordinaria y empiece a vivir una aventura en la que se mezclan la realidad y la fantasía.
El viaje de Flora a Tánger es también un viaje interior, ¿no?, en busca de su identidad.
Eso es. De ahí los versos de Cavafis que abren la novela. El viaje es exterior, a Tánger, pero también interior, al corazón del personaje. Flora es una mujer que ya no sabe quién es. La medina de Tánger, con su laberinto, es también una metáfora del momento que vive el personaje. Tánger es una ciudad frontera, la puerta de África, el encuentro entre Oriente y Occidente. Su condición de frontera, que esté entre dos mares, la convierte en una ciudad mestiza, en una busca permanente de su propia identidad, como la propia Flora. Tánger es una ciudad que se busca, que se idealiza, que está en permanente movimiento. El espacio encaja muy bien con la edad fronteriza que atraviesa la protagonista, con la idea de que algo va a pasar. Cuando visité Tánger después de muchos años, me di cuenta de que era el lugar perfecto para la novela, vi claramente que la acción tenía que transcurrir allí.
En ‘Niebla en Tánger’ mencionas varias veces a Wilde, la idea de que la vida imita al arte. ¿Estás de acuerdo? ¿O más bien a la mala televisión, como asegura Woody Allen?
(Risas). Yo creo que la vida debería imitar al arte. Quiero creer que el arte, cuando es verdadero, es una forma de vida, una referencia. Muchas veces el arte es anterior a la vida, como ocurre con el Werther de Goethe. ¿Cuánta gente se suicidó en su día por esa novela? ¿Cuántas mujeres han imitado a Carrie, la protagonista de Sexo en Nueva York? La vida imita al arte, sin duda, o a la mala televisión a veces, sí, por desgracia. Picasso decía que cuando descubría nuevas formas estas tomaban vida propia. Algo así cuenta también Stefan Zweig. Es como si la creación se apropiara de ti. A mí me pasó con el personaje de Marina Ivannova [la protagonista y narradora de la novela de ficción en Niebla en Tánger], por ejemplo. Hay personajes que me cuesta mucho perfilarlos, pero otros me vienen dados, como el de Marina Ivannova. Cuando tenía que darle vida escribía y hablaba en voz alta a la vez, algo que no hago nunca. Cortázar decía que a veces le daba vergüenza firmar algunos cuentos, los “cuentos alimaña” los llamaba, porque de alguna manera consideraba que no eran suyos. Tenía una sensación de que estaba cometiendo una impostura.
Hay personajes que surgen a partir de la vida de personas reales, ¿no? ¿Pero hasta qué punto un autor puede apropiarse de la vida de la gente? ¿Dónde está el límite? ¿ O no hay límites?
Creo que no hay límites. En el momento en el que nos inspiramos en alguien y lo convertimos en un personaje ya es otra cosa. Incluso cuando escribimos nuestras memorias no deja de ser ficción, la ficción de nuestros propios recuerdos. La literatura no debe tener ningún límite, ni siquiera moral o ideológico.
Las dos historias que se cuentan en la novela, la de Flora y la novela que lee, tienen un tono diferente. Está la parte de Flora, narrada en tercera persona, escrita en un tono realista, y luego está la ficción, más de género, narrada en primera, por Bella Nur. ¿Cómo las construiste, al mismo tiempo?
Al principio las iba intercalando. Es verdad que el hecho de que una estuviera escrita en primera y otra en tercera persona me ayudaba. Era fundamental para mí que se distinguieran con una voz narrativa y un tono deferente. Yo no suelo escribir sobre mí misma en el sentido literal. A mí no me funciona la autoficción. Cuanto más me alejo de mí misma, más fácil me resulta escribir y crear un personaje. Sin embargo, con esta novela había algo catártico. Tenía la necesidad de contar cómo los libros me han salvado la vida. La literatura para mí ha sido y es refugio y evasión.
Es también una novela sobre cómo se escribe una novela. Con una doble lectura.
Sí, de nuevo la intención era que el lector participara en el propio proceso creativo, que viviera como se construyen los personajes, el juego entre fantasía y realidad. Un juego literario como una herramienta para resolver un misterio
Hay dos versiones de Tánger, la mítica y cosmopolita, en la que recalaron tantos autores, y la actual. En el trasfondo se dibuja también un retrato del conflicto por la independencia de Marruecos. Y ahí juega un papel importante la idea de Camus de que el fin no justifica los medios, ¿no? La reflexión en torno al asesinato.
Exactamente. El hombre rebelde me marcó. Camus plantea la diferencia entre el asesinato pasional y el asesinato filosófico, matar a alguien por una ideología o por una religión. Y sí, estoy de acuerdo con Camus, el fin no justifica los medios. Recuerdo que cuando la estaba escribiendo fue el momento más tenso del terrorismo islámico, yo estaba noqueada con lo que ocurría. ¿Cómo era posible que jóvenes occidentales cometieran atrocidades y las justificaran en nombre de una religión, cómo era posible que se alistaran en las filas del ISIS?
Después de escribir la novela, de visitarla varias veces y de conocerla más a fondo, ¿qué es para ti hoy Tánger?
Una ciudad inagotable. Cada vez que vuelvo descubro algo nuevo. Es como una cebolla, con un montón de capas, una ciudad con muchas identidades. Aún tiene ese halo de paraíso perdido, donde van los que se buscan y se construyen a sí mismos. Es una ciudad con muchas caras, profundamente literaria.
¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela, igual que las otras?
Tardé algo más de un año en terminarla. Es la novela que más rápido he escrito. Tenía dentro la historia, al personaje principal, Flora, y cuando encontré Tánger, gracias a un amigo, pude cerrar el rompecabezas. Como otras novelas, normalmente empiezo trabajando la trama, normalmente a partir de un concepto, de lo que quiero contar. Ahí es cuando la novela es un hiperbreve, ¿no? En los inicios todo es como una nebulosa, trabajo los personajes en cuadernos, les doto de una biografía, armo la trama para no irme por las ramas. Una vez que tengo todo eso, incluida la documentación, y ahí hay que tener cuidado de no perderse, me pongo a escribir. Un momento clave es encontrar la voz. Cada novela tiene su voz. Y la de Niebla en Tánger era diferente a las anteriores. El estilo se repite más o menos, pero cada novela tiene una voz distinta. Aunque en mi vida soy algo caótica, en la escritura necesito orden. Lo importante es la rutina. Cuando estoy en pleno proceso le dedico siete u ocho horas diarias, como el que va a un trabajo. Por supuesto, a veces no me apetece sentarme frente al ordenador. Una pasa por distintas fases, pero hay que estar ahí. Soy más bien eso que dicen escritora de brújula. Hay cosas que tengo definidas, pero si luego veo que no cuadran del todo y hay que tomar una nueva dirección, la tomo. Karen Blixen dice que hay que ser fiel a la historia y yo también lo creo. Cuando empiezas a escribir es la propia historia quien te dice por dónde debes ir.
Estudiaste Derecho y ejerciste como abogada, pero un día decidiste que lo tuyo era la escritura.
Empecé a escribir desde muy pequeñita. Primero poesía, luego cuento y con 18 años supe que quería ser escritora, sí. Tenía una idea muy romántica de la literatura. Mi padre me dijo que sí, que escribiera, pero que hiciera una carrera. Y me convenció para que estudiara Derecho. Seguí la tradición familiar. En segundo de carrera dejé el Derecho y me encerré en casa para escribir mi primera novela. La presenté a un concurso que no gané. Volví con el rabo entre las piernas. Terminé la carrera y empecé a trabajar en un despacho de abogados. Pero llegado un punto, me sentí muy sola, y fue entonces cuando encontré a Clara Obligado y su taller. Para mí fue un punto de inflexión, un antes y después. Fue un cambio radial en mi vida. Encontré un sitio en el que podía leer lo que escribía, donde compartir la literatura. Empecé a ir a presentaciones. Aprendí a pulir mi trabajo, a ver mis fallos gracias a la mirada ajena, de las críticas, y eso me dio una perspectiva de mis puntos fuertes y débiles. Recuerdo que Clara me dijo una vez: “Mira, vete al Rastro y pon un puesto de metáforas y las vendes” (Ríe). Venir al taller me marcó. Yo andaba perdida y el taller me ayudó a tener una dirección y un camino.
Y luego publicaste ‘La casa de los amores imposibles’.
En el taller estuve de 2000 hasta 2010. Ese periodo coincidió con la escritura de La casa de los amores imposibles, que fue un éxito inesperado y dejé de ejercer como abogado. Yo nunca pensé que fuera tan bien como fue. Es una novela comercial, me dijeron, pero en esa época yo no tenía ni idea del mercado editorial. Cuando la escribí no sabía si se iba a publicar o no, aunque obviamente quería que se publicara. Desde pequeña siempre había querido escribir y publicar. Ahora que he conseguido el sueño, ves que el sueño también tiene otra cara. Cuando se convierte en realidad deja de ser una utopía. En las entrevistas siempre me preguntan si me condicionan los premios. Y claro que me condicionan. Lo importante es que cuando te pones a escribir dejes de lado todo y te centres solo en la historia que quieres contar. Al final, lo que no escribes con el corazón y las tripas, el lector lo nota porque es algo vacío. No existe la fórmula del éxito. Y es bueno que sea así porque, si no, seríamos robots. Eso es lo hermoso. No sabes qué puede funcionar o no.
¿Tienes algo entre manos?
Sí, estoy con un libro nuevo, una novela. Aunque me gustaría volver al cuento. En el taller trabajamos mucho el relato corto. Me resulta más difícil escribir un buen micro que una novela larga.