La de José Emilio Pacheco es quizá la mejor versión de los Cuatro cuartetos del idioma español, de T. S. Eliot. http://www.milenio.com/cultura/fil/jose-emilio-pacheco-o-el-arte-de-la-traduccion
En un artículo de 1987 que aborda el discreto aporte de Enrique Munguía, el primer traductor de T. S. Eliot en nuestra lengua, Octavio Paz, juzgaba de ejemplar la versión que José Emilio Pacheco acometía de los Cuatro cuartetos. Pacheco había ido compartiendo por entregas su traducción de ese poema que hasta 1989 hace íntegramente pública. La versión que ahora recoge Ediciones Era no solo permite encontrar diferencias frente al texto de 1989, sino que confirma la aguda exigencia del traductor para obtener una versión más consumada o perfecta del poema eliotiano, ratificando el secreto a voces según el cual José Emilio llevaba tres décadas y media trabajando en la traducción y glosa de los Four Quartets. Su entrañable relación con dicho poema bien puede ser un símil del vínculo regenerativo que Pacheco mantuvo con su propia poesía a través de la revisión y la corrección continuas.
En efecto, la de José Emilio Pacheco es quizá la mejor versión de los Cuatro cuartetos del idioma español. Además de los lustros dedicados al proyecto, la respalda la información que fue capaz de reunir y entretejer para disponer de un amplio contexto cultural que facilitara un ejercicio de traducción más confiado en sus medios y, por ende, más libertario. Me refiero a las licencias que Pacheco adopta para utilizar ciertos giros conversacionales que de otro modo denotarían una sintaxis rígida y poco desahogada. Sin optar por la traducción que aspira ingenuamente a una imposible literalidad, José Emilio se mantiene equidistante al imperativo ético de replicar para el lector hispano los artificios del original y, a la par, aprovechar el margen de reelaboración poética que consiente la disparidad entre el inglés y el español, incorporando modificaciones que a criterio del traductor potenciarían la asunción del poema en un idioma ajeno y una época distinta. Pacheco se concedió entonces ejecutar cambios de forma o de tipografía, inclinándose, como lo quería Haroldo de Campos, por una transcreación, o sea, una pasión trenzada por el gusto de la traslación lingüística y el impulso de la invención verbal. Para José Emilio Pacheco la traducción representa una conquista que desemboca necesariamente en una apropiación.
Por otro lado, esta versión de los Cuatro cuartetos resulta doblemente valiosa por su cuerpo de notas, su entrelazada cronología y su bibliografía mínima que despliegan toda una lección de historia, espiritualidad, filosofía, botánica, ornitología, literatura y zoología marina que salta entre la sociedad medieval, el periodo isabelino y la edad moderna. Pacheco es un clásico iberoamericano que se ocupa de un clásico angloamericano. Ambos coinciden en la universalidad de una visión humanista del mundo atraída por verdades imperecederas, pero arraigada en un lugar y una hora concretos. Esa universalidad los une y honra mutuamente en torno a un semejante perfil poético e intelectual, estético y moral. Los Cuatro cuartetosde Pacheco no son una edición crítica sino una traducción anotada, y sus acotaciones favorecen un discernimiento más fructífero del poema eliotiano, constituyendo un excepcional simulacro de filología que un poeta mayor rinde a otro poeta mayor, una tarea comparable, en nuestro presente, a las Anotaciones de Fernando de Herrera a la poesía de Garcilaso estampadas en el lejano año de 1580.
Poema o ensamble de poemas de los cuatro puntos cardinales, los Cuatro cuartetos son un destino primordial en la trayectoria literaria y vital de Eliot. El vínculo geográfico de los cuadrantes —“Burnt Norton”, “East Coker”, “The Dry Salvages”, “Little Gidding”— sugiere la cruz identitaria de un poeta que trasciende el laberinto de la fatalidad para remontarse a la fuente del origen. Es la aspa de cuatro brazos que abrazó Eliot en su conversión de 1927 y que a partir de 1934, cuando empieza la redacción de los Four Quartets, lo conducirá a procurar con fervor el legado del místico Juan de Yepes, cuya “Subida del monte Carmelo” tendrá una sustanciosa paráfrasis en el tercer fragmento de “East Coker”. Sin sospecharlo, T. S. Eliot pagaba su tributo a una tradición poética —la de Berceo, Cervantes y Quevedo— que decenios más tarde le devolvería ese gesto, ese conmovedor homenaje, en la espléndida traducción de José Emilio Pacheco hecha para México e Hispanoamérica.
*Jorge Ortega (Mexicali, 1972) es poeta y ensayista. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México. Sus más recientes libros son Guía de forasteros (Bonobos, 2014) y Devoción por la piedra (Mantis, 2016).
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