Una lengua es, a grandes rasgos, una herramienta que permite la comunicación entre dos o más personas. El origen de una lengua es eminentemente oral, y la escritura es tan solo un código que permite plasmar en un soporte la palabra hablada. De hecho, aún se conservan lenguas —como, por ejemplo, las lenguas chinantecas, en México— que carecen de escritura. Podríamos decir, por tanto, que una lengua puede carecer de escritura, pero nunca de oralidad.
Esta breve introducción nos conduce a hablar de los métodos que se emplean tanto en la enseñanza como en el aprendizaje de una segunda lengua. Cada individuo puede encontrar en el estudio de una lengua diferentes motivaciones, pero el propósito de aprender una lengua es, como hemos dicho, comunicarse con otras personas. No obstante, en otros casos el objetivo de estudiar una lengua es aprender a leer su literatura y a traducir a nuestra lengua. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en la enseñanza de las lenguas clásicas. El latín y el griego clásico no se estudian para comunicarnos con otros hablantes de latín —que los hay— o de griego clásico, pues en ese caso sería más útil aprender cualquier lengua romance o griego moderno. Se estudian para comprender los textos escritos en tales lenguas.
Cuando se enseña una lengua clásica, por lo general, se emplea el llamado método gramática-traducción —que también se conoce como método tradicional—. Su enseñanza consiste en tener una buena base gramatical para, posteriormente, aplicar los conocimientos de gramática en la traducción de oraciones o textos. O dicho de otro forma: se trata de un método esencialmente deductivo, porque primero se enseña la teoría —en este caso, la gramática— y después se pone en práctica en los ejercicios de traducción. Por tanto, es una forma de aprendizaje centrada en el plano escrito y que siempre tiene en cuenta la lengua materna, a la que se traducen las oraciones de la lengua que se está aprendiendo.
Además de prevalecer la lectura y la escritura, en este método también tiene bastante peso el vocabulario, que en muchos casos se aprende de memoria a partir de listas. Quienes hemos estudiado lenguas clásicas no podemos olvidarnos de los largos listados de términos correspondientes a las diferentes declinaciones. El fin último de conocer ese vocabulario no es ponerlo en práctica en una conversación, sino el de traducir oraciones. En una frase se activan diversas cuestiones gramaticales: la sintaxis, el caso gramatical, el género y número de las palabras, su morfología, la clase gramatical a la que pertenecen, etc.
Buena prueba de que este método no tiene como objetivo la comunicación redunda en que no se imparte en la lengua que se está enseñando —siguiendo con el ejemplo anterior, habría que pensar en el difícil ejemplo de impartir una clase en latín o griego clásico—, sino que siempre se tiene como base la lengua materna.
EL MÉTODO REFORMISTA, UNA FORMA OPUESTA DE ENSEÑAR Y APRENDER
En la actualidad, el método gramática-traducción convive con el método reformista, que es diametralmente opuesto. Este método, impulsado por los lingüistas H. Sweet, W. Viëtor y P. Passy, consiste en otorgarle un mayor peso a la lengua hablada y, por tanto, también a la fonética y a la conversación. Uno de los principales problemas que tenemos los hispanohablantes a la hora de aprender inglés es que primero vemos la palabra y después tratamos de pronunciarla; en este método, la propuesta es la contraria: primero se enseña la fonética y luego la forma escrita —por tanto, prevalece la oralidad frente a la escritura—. Además, el conocimiento de la gramática es de carácter descriptivo más que normativo. De este modo, se aprende una lengua en su uso, sin juzgar qué es lo correcto o incorrecto gramaticalmente.
También es preciso señalar que las reglas gramaticales pasan a un segundo plano; a diferencia del método gramática-traducción, este es un método inductivo, es decir, del caso concreto a la generalización. Por tanto, quien aprende debe ser capaz de establecer generalizaciones a partir de las situaciones concretas en las que se ha desenvuelto. Otra diferencia con el método gramática-traducción es que, por lo general, la segunda lengua es la lengua en la que se aprende dicha lengua. O dicho de otra forma: así como una clase de latín se imparte en español —a partir del método gramática-traducción—, una clase de inglés, francés o italiano puede impartirse en inglés, francés o italiano siguiendo el método reformista.
Como inciso, es pertinente mencionar que no siempre se aplica el método gramática-traducción en la enseñanza de las lenguas clásicas. Un profesor de la Universidad de Navarra, Álvaro Sánchez-Ostiz, imparte la asignatura Lengua latina y su cultura en latín, como puede verse en este vídeo:
A la hora de aprender una segunda lengua, el método grámatica-traducción puede resultar demasiado alejado del propósito que tiene cualquier sistema de habla. El hecho de que requiera una amplia base léxica y gramatical no solo puede mermar el interés del alumno, sino que, además, no tiene por qué resultar útil en una conversación. Cualquier palabra puede tener diferentes significados en función del contexto en que se aplique; por tanto, obviar los contextos en una lengua es negar su dimensión pragmática, tan importante como la semántica a la hora de aprenderla.
En definitiva, los métodos de aprendizaje de una lengua resultan fundamentales a la hora de desarrollar las competencias que nos permitan comunicarnos de forma eficaz. En el caso del método gramática-traducción, como hemos visto, lo fundamental no es la comunicación en sí —ya sea oral o escrita—, sino la adquisición de una base gramatical y la correspondiente práctica en la traducción. Por eso, en nuestros días, son otros métodos los que interesan más a los estudiantes de segundas lenguas puesto que ofrecen un enfoque más centrado en el uso y más alejado de lo puramente gramatical y memorístico.