TRADUCIR ES SUPONER

¿Te ha pasado que te quedás mirando con los ojos entornados y una ceja arriba una frase durante un buen rato tratando de descifrar qué #$&!@€@()# significará ese «it», «them», «there», «that» y, en español, ese «esto», «ese», «él», «aquel», «ella», etc.? Podemos ejemplificar con el idioma que quieras. Seguro te sentís identificado como yo.

Muchas veces tenemos que mirar y releer mil veces un texto para luego decir: «Aaaaaaaah, ESO era. Claaaro». Y quienes viven o trabajan con vos se dan vuelta con la mirada extraña porque no entienden qué son esas exclamaciones en voz alta. Como decimos aquí en Argentina, «te cae la ficha» y de a poco te vuelve el alma al cuerpo (se despeja esa duda que te carcome el interior), pero algo dentro tuyo sigue diciendo: «¿Estás seguro?». Vamos, que seguramente te pasó varias veces.

Es así, traducir es suponer muchas cosas. Suponemos que el autor o la autora quiso decir tal o cual cosa, que se refería a esto o aquello, que esta palabrita tiene que ver con aquella otra. Suponemos que el cliente quiere la traducción de mejor calidad, aunque leas otros textos de esta persona/empresa y no puedas creer cómo puede tener ESO en su página web, por ejemplo.

 Suponemos que hemos encontrado la mejor traducción para tal término, pero luego nos damos cuenta (con suerte, a tiempo) de que había un equivalente aun mejor. Suponemos que hemos hecho el mejor de nuestros trabajos, pero te aseguro que si volvés a revisar el trabajo en unas semanas, te vas a dar cuenta de que algo (alguito) se te escapó.

Cada vez que llega un texto a tus manos para comenzar un proyecto, se abren muchas posibilidades, entre ellas, que el documento sea fluido y comprensible (cosa que rara vez sucede) y no tengas que andar suponiendo tanto o que tengamos que remar contra la corriente para entender qué habrá querido decir el o la que escribió eso. Ni hablar de cuando trabajamos contrarreloj, ni hablar de cuando traducimos textos demasiado técnicos, planillas con datos, softwares, etc., ni hablar de cuando no tenemos nada de contexto con el que respaldarnos.

Para traducir, suponemos muchas cosas. Cuando tomamos decisiones en nuestro trabajo, suponemos que estamos haciendo lo correcto (al menos, esto es lo ideal).

Obviamente, si surgen dudas muy importantes y tenés la posibilidad de conversarlo, contactás al cliente. Ahora bien, un traductor que trabaje con obras antiguas se las vería en figurillas si tuviera que hacerles consultas a los autores de esos trabajos que, seguramente, han fallecido hace años. Y por más que les pueda preguntar a los editores actuales, no creo que ellos puedan contestarle con plena certeza sobre una decisión que tomó Shakespeare, Charles Dickens o Borges. Entonces, ese traductor supone que lo que quiso decir ese autor ancestral allí es eso que él supone. ¿Se entiende?

Sin dudas, un buen lingüista que se precie de profesional hará lo posible por suponer tal o cual cosa de la manera más sensata, con los fundamentos que le parezcan más acertados. Esto no quiere decir que trabajemos sin un piso sólido en el cual apoyarnos, sino que debemos tener mucho cuidado y ser muy responsables con lo que suponemos. No son pocas las veces en las que creemos entender lo que estamos leyendo y luego aparece un dato o un término que nos enciende la alarma interior. ¡Hacele caso a esa alarma! Por algo suena.

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